Confesiones

La persiana medio bajada, las luces apagadas, el sol poniéndose. Mariano mira a María, su alma gemela, que acaricia la mano en la que tiene puesta la vía. Sabe que la intención de ella es noble, pero el pinchazo de la aguja le está poniendo más nervioso cada segundo. Aun así, Mariano, mantiene la calma, levanta un poco el cabezal de la cama, y finalmente carraspea y se dirige a María con voz queda.

—Marieta, ¿recuerdas cuando tenía doce años e intenté impresionarte en el tobogán?

—Por supuesto. Parece que fue ayer.

—Sí, aún me duelen las dos costillas que me rompí. ¿Y recuerdas cuando estaba arreglando el tejado, resbalé, caí y me fracturé el fémur?

—Por supuesto, yo estaba a tu lado.

—¿Y cuando posando para una foto me caí por un barranco y  me escayolaron medio cuerpo?

—Claro, aún me parece verte caer dando vueltas como una rueda.

—¿Y cuándo fuimos el mes pasado al súper a comprar un palet de papel higiénico para el confinamiento?

—Sí, ¡cómo olvidarlo! Ahí te contagiaste el corona virus por el que estamos en este hospital —lamentó María.

—Como ves tú siempre has estado a mi lado. Y yo me preguntaba…

—Dime.

—¿Cuándo me dejarás en paz? Sólo me has traído mala suerte.

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