El despertador suena. Mi mano le asesta un puñetazo instintivo. Calla para siempre. Mi cuerpo se estira sobre las sábanas. La cabeza se despega del colchón. Lentamente abro las persianas de los ojos. Sólo una hora más de descanso me hubieran convertido en alguien completamente distinto.
Ojos abiertos mirando fijamente la almohada. De repente distingo dos siluetas finas y alargadas. Zoom de veinte aumentos. Me voy acercando a ellas. ¿Son un avión? ¿Son dos fideos a régimen? No. Sólo son dos pelos. ¡Ah, bueno!, sólo dos pelos. ¡¡¡DOS PELOS!!!. ¡¡Dios mío, es terrible!!.
El pánico dirige hasta la última de mis neuronas. La entropía mental se acentúa. Dos pelos; todo un mundo. Triste de mí. Veinte y pocos años y con un conato de calvicie. Seguramente tendré que decir «adiós» a una prometedora carrera, no iniciada todavía, en el mundo del Heavy-Metal. Y que decir de todos los privilegios de los que hubiera disfrutado de llegar a ser modelo de Llongueras… ¡todo se ha ido a la mierda!.
La vida llevaba ocho horas portándose bien conmigo. Sabía que al final me iba a pasar factura por tantos momentos de dicha. Y lo ha hecho de la forma más cruel que podía imaginarme (dos pelos en mi almohada). Triste presente y descorazonador futuro (si lo hay).
Imagino el mañana. Casado y sin ni siquiera una cana que echar al aire. O de soltero y con una gorra de niñato americano para ocultar la desnudez de mi cabeza o, simplemente, abrigar al único piojo que confió en mí.
¿Cambiará mi vida? ¡Oh, cielos!, seguro que sí. No podré tener un pensamiento sucio por miedo a que la gente me miré a la frente y lo descubra. Deberé pensar en flores, animalitos, fuentes cristalinas y bombas atómicas para que la gente no me señale y diga «mira el pervertido ese…». A lo mejor cuando llegue a un semáforo con mi coche me venderán pañuelos, me limpiarán el parabrisas y me encerarán la bola. Mi frente brillará tanto que iré en bicicleta y cegará al helicóptero de la Guardia Civil, se estrellarán y me procesarán como terrorista.
Tal vez mi frustración desemboque en la necesidad de conocer a más gente con el mismo problema. Acabaré en una banda de skins apaleando a gentes sin hogar y a todo aquel que no piense como nosotros (o sea, que piense). Bueno, no creo (la violencia es una carga demasiada pesada para la mochila de mis valores). Casi seguro que acabaré de Hare-Khrisna en la puerta de El Corte Inglés con una hucha en la mano, una margarita en la oreja y cantando la «Macarena».
Pero, en fin. Vuelta a la realidad. Voy a coger estos dos pelos y guardarlos para épocas de carestía. ¡Joder», con perdón, no puedo pillarlos. Clavo mis miopes ojos en ellos. Zoom de doscientos aumentos. Demasiado zoom (veo todo blanco). Zoom de treinta aumentos. ¡Oh, milagro! Casi empiezo a creer en Dios (de momento ya admito la existencia física de un Papa). Los dos pelos son rayas de boli. ¡Maldita manía de escribir en la cama…!.