Donde se cuenta lo que aconteció después El canto del gallo marca el inicio del nuevo día. El sol aporta su granito de arena para despertar a todos los humanos que soportamos su caliente presencia. Las legañas me impiden abrir bien los ojos. Da igual; nada me va a impedir admirar el amanecer. Es bello. Lástima que sea a una hora tan intempestiva. La brisa se esconde entre los pelos de mis piernas al tiempo que refresca mis carnes. «¡Qué día tan fresco!», pienso. «Cómo que es de hoy, imbécil», me contesta mi angel de la guarda. El primer estornudo me avisa que es hora de abandonar el balcón y entrar a mi pisito de soltero. El segundo estornudo, en cambio, no avisa sino que me obliga a entrar, pues al ir a sacar el pañuelo he empujado una maceta que ha ido a caer a los pies de un municipal, casi en su cerebro. Así es que entro, cierro el balcón, mato una mosca e intento encender el fogón para calentar agua para mi Capuccino. Tres minutos después me viene a la memoria el aviso de la Compañía del Gas que ni siquiera leí. Bien, me han cortado el gas pero no es el fin del mundo. «Pasando de desayunos. Mejor me ducho», pienso. Abro el grifo y como Dodotis: ni gota, ni gota. «Bien, que te corten el agua no es el inicio del Apocalipsis», me dice la conciencia. Pese el hambre, la sed y el cante de las axilas opto por continuar escribiendo mi libro. Enciendo pues el flexo y me pongo ante mi vieja Olivetti. Un minuto más tarde oigo un seco «poff» y la bombilla se funde. Decido ir al parque a escribir pero cuando voy a salir veo que el chico de la Motopizza viene hacia mí con varias facturas en la mano. No queda otra solución que esperar que el sol ilumine mis amarillentos folios para poder continuar la importante obra que me he encomendado. Por fin el astro me ilumina y puedo escribir todo esto que sigue… Amaneció en la ciudad. Paco y Rúper habían pasado toda la noche en su piso. El inspector les había encargado investigar a los sospechosos fugados. Tras levantarse, lavarse y desayunar bajaron al piso de Sebas Tardo para interrogar a su propietario. Como parecía que no había nadie pasaron del usurero y se pusieron en camino hacia la Plaza Patera. A mitad de recorrido pararon para comprar el periódico en el Kiosco Nozco. Oscar Tuchos, el quiosquero, les dio un ejemplar del «Diario Estatal Independiente». Las lentillas de Paco quedaron adheridas al titular de la sección de deportes. —Mira, colega, «esta madrugada se ha producido un terrible accidente en un paso de cebra sin barreras. Un vulgar Rolls-Royce volcó tras pisar un balón de playa. El único testigo, un perro lazarillo, confirmó que el coche había dado trece vueltas de campana. El conductor, a pesar de esto, sólo sufrió heridas leves. Sobre las tres de la madrugada llegaron los Bomberos al lugar de los hechos. Cuando éstos intentaban sacar al conductor del coche siniestrado el airbag, o bolsa de aire, se disparó. Mala suerte, pues el conductor fumaba un habano de dos palmos. Como consecuencia de la explosi6n el conductor falleció. Más información en página ocho» —leyó Paco. —»El concejal de Cultura manifestó que podía ser peor de haber estado cargado el coche de Nitroglicerina…». —No le hagan caso a ese concejal, el pobre es subnormal perdido. Léan la página ocho y ya verán —advirtió Oscar. —Seis, siete, ocho. Esta es. «Se ha reconocido el cuerpo por un arañazo en el dedo pequeño del pie derecho. Se trataba de Sebas Tardo. Ciudadano ejemplar, orgullo para la comunidad…». Hablarán del mismo Sebas tardo que conocemos? —preguntó Paco con escepticismo. —Me temo que sí. Miren la foto —indiqué. —Pues mejor. Un sospechoso menos. —Admiro su frialdad, Rúper —declaró un esquimal. Transcurrido un minuto los periodistas reemprendieron la marcha. Pasó media hora más hasta que llegaron a la Tasca Gao. Estaban todos los posibles sospechosos congregados frente al televisor. Varios anuncios precedieron a uno de los muchos reality-show que se ofrecían. En concreto, éste, empezaba con una música apocalíptico y secuencias de la bomba atómica, el hambre en Africa, manisfestaciones anti-apartheid, dos muertes por sobredosis, Rossy de Palma de perfil y enfermos de Sida en fase terminal. El programa, «La Realidad Amiga», era conducido por Jordi L.P, que presentaba siete programas más, y Carmen Sevilla. El presentador apareció rodeado de catorce jóvenes en bikini, típico en Tele-Circo. «Amigos, esta noche vamos a tratar el tema de los accidentes de tráfico. Habíamos invitado a un experto en seguridad vial. Desgraciadamente, ha muerto hoy tras saltarse un semáforo en rojo e impactar contra el asfalto con la frente. Lástima que no llevase casco… Pero sigamos… Nuestro segundo invitado nos iba a hablar de los efectos negativos del alcóhol en la conducción. También ha muerto. Al parecer, se estrelló contra un buzón cuando venía de celebrar su aprobado en el examen de conducir. Bueno, de todas formas la cirrosis ya le estaba devorando…» Las palabras de Jordi L.P. fueron acogidas con risas por todos. Nadie se figuraba que estaba siendo totalmente sincero. «Nuestro tercer invitado ha sido probador de coches en el Crash-Test, durante trece años. Un fuerte aplauso para él, Ramón Igote.» Durante veinte largos minutos se trataron cuestiones como el coste de los accidentes al Estado, la retirada del carnet de conducir y los nuevos airbags para motos. Por fin apareció Carmen Sevilla. Tras ocho equivocaciones, avisó de que el último reportaje versaría sobre un accidente real ocurrido en la ciudad. Después de diez minutos de publicidad, retornó el programa a la pantalla. Se inició el reportaje. Era el accidente de Sebas Tardo. En las imágenes se distinguía, junto al cuerpo inerte de Sebas Tardo, el rostro imperturbable del inspector Nillo. —Pero… ¿qué hace ese ahí? ¿Acaso trabaja las veintitrés horas del día? —preguntó Chusti. —Me mosquea ver ese madero en un accidentes. Se supone que es de Homicidios —añadió Pierre Dete. —Hay algo que no encaja —murmuró Paco. —Pues quita esa pieza y ponla en la esquina. Ahora, coge la otra y ponla debajo de aquella —le sugirió Petra. Rúper, al contrario que su amigo, no perdía el tiempo con rompecabezas de doce piezas. Sus neuronas estaban trabajando a un doscientos por cien. Varias cuestiones le habían absorbido el seso: ¿qué hacía el inspector allí?, ¿qué hacía Sebas Tardo en un Rolls?, ¿qué pintaba ese bombero untando pan en la cara de Sebas? y sobretodo, ¿que hacía Carmen Sevilla descalza y hablando de espaldas a la cámara? Las soluciones no parecían fáciles. En ese momento entró Lucky Strike Walker. Tal vez él podía aportar algo de luz a este oscuro caso. —¿Qué cojones hace Carmen Sevilla descalza y de espaldas a la cámara? —preguntó. —Ni idea, tío —contestó Pascual Quiera. —Tíos, no sabéis la cantidad de maderos que hay por todas partes. Están registrando todos los edificios. Además, hay un tal Lobat6n mostrando fotos vuestras. —Tranqui, Lucky. Aquí jamás nos descubrirán. —¿Has perdido el poco seso que tenías, Chusti? Si siempre estamos aquí —le replicó Javier Nestrece. —Por eso no se les ocurrirá mirar. Pensarán que hemos huido y estamos en Irlanda. Ya ha pasado alguna vez… —Así es, Chusti —confirmó Antonio Anglés. En efecto. Los policías, contados a cientos, removieron hasta la última mota de polvo de la Plaza Patera y alrededores. El inspector Nillo, que dirigía la operación, se encontraba en la acera de la Tasca Gao, junto a la ventana. Su voz se podía escuchar desde el interior del garito. —Seguid registrando. Los quiero vivos o muertos. —Inspector, ¿no sería mejor mirar en esa tasca? —Como se nota que es usted nuevo, agente Peter Mineitor. ¿Eso le enseñan en la Academia? A estas horas estarán en el extranjero. No van a ser tan locos de quedarse aquí y mucho menos en ese antro, como si no pasara nada. ¡Hombre, por Dios! —Lo siento, inspector. La inexperiencia me ha jugado una mala pasada —reconoció el nuevo policía. Seis horas y cuarto más tarde, los agentes abandonaron la zona. El júbilo reinó en el ánimo de los que se refugiaban en la Tasca Gao. —¿Habéis visto lo qué os decía? —Desde luego, Chusti, eres un ignorante pero te las sabes todas —reconoció Petra Fikante. —Ya lo sabía. Pero ahora vámonos ya a casa a ver que nos han quitado los maderos, que son más poco legales… Siguiendo la orden del punk salieron, uno a uno, del antro dejando, como único rastro, una cuenta impagada de seis mil pesetas. Cuando estaban a cuarenta metros de la Tasca Gao oyeron las sirenas de «los de siempre». Para evitar complicaciones se escondieron detrás de una esquina. Desde este punto de observación podían ver y escuchar a los vigilantes de la ley. Seis agentes, fuertemente armados, entraron al garito mientras otros doce lo rodeaban- Al cabo de dos minutos, el inspector salía del local. Tras dar un puntapié al suelo, se situó frente al agente Peter Mineitor. —¡A lo mejor están, a lo mejor están! —gritaba. ¿Se convence ahora, novato? ¿Ve como tienen que haber huido del país? Desde luego si todos los policías fueran como usted… El joven agente aguantó estoicamente la grave humillación con que le obsequió el inspector. Realmente, el veterano policía se pasó de la raya un poco. Peter Mineitor fue sancionado y destinado a la Jefatura Central de Policía, donde aún trabaja hoy, en el puesto de chico de los recados. Cuando los defensores de la ley abandonaron la zona los punks, Armando y los periodistas se dispersaron. La mente de Rúper todavía se debatía en la tempestad de la duda. ¿Qué hacía el inspector en un accidente? Paco también tenía serias dudas: ¿qué hacía Jordi L.P. en un reality-show?, ¿dónde estaría Félix el Gato?, ¿y quién nárices era ese Antonio Anglés cuya cara le era tan familiar? Los dos, como buenos periodistas, conocían un método infalible para disipar dudas… PREGUNTAR. Por ello decidieron llamar al intrigante inspector Nillo. Rúper, revestido por la cautela de todo agente secreto y fortalecido por el hecho de que nadie conocía su identidad, entró en una cabina telefónica. Parece difícil pero vamos a suponer que funcionaba. —¿Diga? —¡Confiese! Hemos visto por la tele las imágenes del accidente y lo hemos leído en el periódico. —¡Dios mio!, me han descubierto. Les juro que ese perro no llevaba collar. Si hubiera llevado, hubiera parado. Lo prometo… —Pero, ¿de qué habla? ¿No es usted el inspector? —¿Yo inspector? ¿Está loco, o qué? Tuchf. El periodista volvió a marcar. Esta vez acertó. —L’inspecto? ¿Hora se pgne. ¡Señó!, creo k’es Rupé. —Grasias, Irene Grita. ¿Dígame? —Haré como Norma Den, iré directo al grano. ¿Qué hacía usted en el accidente de Sebas? —Investigar. Recuerde que era un sospechoso. —Pero si no era su turno. —Ya, pero pasaba po allí. No podía dormí y decidí tomá un par de platos de paella. Asinque me fui ar Bar Bazul, que pertenese a mi primo, er que se casó onse veces. —Conozco a ese tipo. Sólo él guisaría paellas a esas horas —reconoció Rúper. ¿Le dijo algo Sebas? —No, desgrasiadamente cuando llegue estaba agonisando. Sólo le entendí er nombre de Lucky Strike Walker y poco ma. Ya le digo, era ma difísil dinterpretar lo que decía que una receta médica. ¿Algo más? —De momento, no. Creo que estamos más cerca del asesino de lo que pensamos. La niebla del misterio se disipa y la luz nos va desvelando la identidad del asesino, poco a poco … Tuchf. El inspector colgó. El periodista hizo lo propio. Su compañero, mientras tanto, charlaba con Lucky. —… pues no es la primera vez que pillan a Carmen Sevilla en la parra. Recuerdo una vez que… —¿Con quién hablabas, Rúper? —preguntó Lucky. —¿Eeeeh? Con una compañera del colegio, Lucrecia Nuro. Tal vez venga en marzo para pasar las Navidades con nosotros —improvisó el periodista. —M’alegro, hermano. Ya me lo contarás mejor luego. Ahora me voy a ver a Jacobo Nito del Norte. —Oye, Luck, ¿ése no está buscado por la madera como sospechoso de la muerte de Hassam? —insinuó Paco. —¿Ese?, imposible. Venía con Chus y conmigo cuando ibamos a celebrar el cumpleaños del gato de Chusti. Queríamos ir a bañarnos a las famosas playas de Ciudad Real. El Jacobo xirló dos Kawas para la ocasión y luego se estampó, con una de ellas en la autopista, al pisar una piel de plátano en una curva. ¡Menudo piñazo!, tenías que haberlo visto. Total que, Chus y yo, le pillamos y lo llevamos en un carro, de Mercadona creo, a la puerta de urgencias del Hospital Adro. Eso fue el quince de agosto, diez minutos antes de que l’espichara el moraco —explicó el punkarra. —¿Y cómo sabes a qué hora la palmó Hassam? —¡Ché, Rúper, es obvio! Lo dijeron en la tele en el programa de José Feliciano, «Amor a primera vista». —Es verdad, no me acordaba. Pero cuando se cepillaron a Paul Vete… —El Jaco estaba en el hospital, aún. Se ve que confundieron su historial con otro y le practicaron un aborto. Y claro, colocar en su sitio lo que le habían sacado lleva su tiempo. La prueba está en que hasta mañana no le dan el alta. —Bueno, ¿y de ti qué me dices? Tú podías ser el asesino de alguno de los dos. A no ser que tengas coartada, cosa que dudo bastante —comentó un lector desesperado por acabar esta maldita novela. —Mira tío, seas quien seas, el Paul me caía como una «pata en los güevos», pero no me lo cargué. Ese día estaba con otros hermanos negros dando envidia en las principales playas del litoral manchego. Y lo del moro ya te he dicho que estaba con Chusti. ¿Me captas o te limpio los oídos con el machete? Le captaba. Por cierto, debo aclarar que gracias a la labor del psicólogo de Woody Allen, Lucky empezó a apreciar su piel negra cual azabache. —Luck, espero que no te mosquees. Nosotros jamás hemos pensado que tú podías tener algo que ver con los asesinatos. Ya ves, por tener un machete como el que mató a Hassam, llevar sangre en los pantalones y tener una coartada dudosa ya hay gente que pensaba mal de ti —explicó Paco. —Es que la gente es muy mal pensada y muy morbosa —reconoció Nieves Herrero mientras sacaba fotos a una pareja gay. —Bueno, Peña. M’abro al hospital a ver cómo han dejado a éste, si es que han dejado algo de él. —O.K., Lucky, ya nos veremos. —Hasta luego. Nunca te olvidaremos —se despidió un amnésico con lágrimas en los ojos y un pie bajo la rueda del bus. Los dos periodistas andaron la escasa distancia que les separaba de su okupada casa en la Plaza Patera. Cuando llegaron al portal vieron a Chusti y los demás, litrona en mano. Alegando algo de cansancio físico y agobio por el depresivo calor estival, entraron en.»su» casa para pensar, cenar, descifrar la película caliente del Canal Plus y dormir. Rúper anotó las novedades en su agenda de veinte duros. Sebas Tardo, de momento, un sospechoso menos. Aunque sabiendo que mala hierba nunca muere… Jacobo Nito también podía ser eliminado de la lista negra. Lucky Strike Walker parecía haber sido sincero aunque, algo había en su coartada que mosqueaba a mi profesor de Geografía. En fin, la humareda se iba esclareciendo. El misterio era menos misterioso, aunque aún era cañero. Los sospechosos o morían o eran descartados por sus sostenibles coartadas. Todo esto parecía indicar que el fin de esta obra estaba cerca. Al menos, así lo entendieron mis lectores pues el número de amenazas de muerte, diariamente recogidas por mi buzón, iba disminuyendo. Ahora con la venia, o su hermana mayor, me marcho a cenar al Bar Barie. No es por gusto. Es por necesidad. Ningún otro bar de la ciudad me fía. Espero que algunos de mis lectores puedan cenar mejor que yo. Aunque tal como está el país, acabaremos todos cenando mierda. Pero… ¿habrá mierda para todos?
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