Capítulo 01

Donde se cuenta el génesis de la historia.

Tal día como hoy, una persona, por cierto de agradable tez y mejor cuerpo, paseaba por el centro de una calle peatonal infestada de tráfico. La mala suerte estuvo esta vez de su lado. Una tormenta, típica del mes de agosto, le sorprendió cuando regresaba a su casa después de haber comprado una caja de chinchetas digitales. El viento empezó a soplar con fuerza y con un empujón invisible lanzó una maceta, del tamaño de un utilitario, sobre la cabeza de tan grata persona.

¡¡¡Sorpresa!!!, esa persona era yo.

Después de estar unos segundos en el suelo preguntándome qué había pasado, de dónde venimos, adónde vamos y un largo pero breve sinfín de cuestiones más, me levanté. Miré circunspecto (y algo atolondrado por el golpe) a mi alrededor y fue entonces, al ver un rollo de papel higiénico en el suelo, cuando se me ocurrió esta fantástica historia que, poco a poco, fue emergiendo de mi psique.

Como no está en mi ánimo provocar oleadas de suicidios entre los lectores más ávidos de frases ingeniosas, demostraciones de virtuosismo y pleno dominio del lenguaje, contaré ipso-facto la maravillosa historia.

La acción comenzó en una ciudad valenciana próxima a Cáceres. Allí vivían dos de los más intrépidos y afamados reporteros de la revista «Pronto»: Paco Ralado y Rúper Seguido. El primero era un fabuloso reportero gráfico capaz de conseguir los resultados más impresionantes a través de la fusión de varias imágenes. En sus trabajos se fundía el arte con la noticia. Por contra, era un pésimo redactor y, así, podríamos parangonar su estilo como redactor con el de cualquier aficionado al LSD. En cambio, Rúper tenía un estilo que llegaba a la gente. Sabía convencer con sólidos razonamientos basados en los profundos conocimientos de los temas tratados en sus artículos y trabajos. Estos temas, por supuesto, eran los que más les interesan a los españoles: la puesta de largo de Torrebruno, el affair Sabrina & El Fary, la separación de Epi y Blas, etcétera.

Fuera del trabajo, Rúper y Paco, tenían dos personalidades idénticas pero completamente distintas en el fondo -no sé si me explico-. Rúper era metódico, amante de la ley y el orden, de lo bien hecho y en el tiempo correcto; en definitiva, un plasta de tío. Paco, por su parte, era descuidado, chapucero muchas veces y gran admirador de Mc Gyver y Colombo, de los cuales no había heredado ninguna virtud -esto se confirmó cuando, a los diecinueve años, fue expulsado del colegio por prenderle fuego al edificio por descuido, cuando calentaba la punta del boli BIC que le había dejado de funcionar.

Los dos reporteros se levantaron de buena mañana para acudir al trabajo. Paco, mientras se desayunaba un goffre de miel y lentejas, encendió la tele y se quedó petrificado mirando un nuevo anuncio de la Dirección General de Tráfico.

-¿Qué opinión te merece este anuncio? -preguntó Paco.

-La que me parece justa -contestó salomónicamente su compañero.

Por costumbre, todas las mañanas mantenían diálogos al menos tan interesantes como éste. Así activaban sus neuronas para la dura jornada laboral. Después del generoso intercambio de ideas, salieron de casa sin tener la más mínima sospecha de que sus vidas iban a experimentar un giro de ciento doce grados.

Sin perder más que el tiempo necesario para vestirse, asearse, leer «Crimen y castigo» y encontrar dos agujas en un pajar, salieron de casa y montaron en la Vespa con sidecar propiedad de ambos.

La jornada laboral se iniciaba con una entrevista a Hassam Tander, prodigioso cantante sordomudo que cantaba de oído. Se decía de este cantante que era el futuro rey de la New Age fusionada con el punk más rabioso.

La cita con el marroquí se concertó a las diez y media en una esquina de la Plaza Redonda. Los periodistas llegaron con puntualidad británica a las doce y cuarto. Hassam ni siquiera se levantó a saludarles. Tampoco les miró o hizo el menor gesto que pudiera ser interpretado como un saludo. O sea, dicho con educación, pasó de ellos como de una mierda.

-Perdona, tenía que acabar un artículo sobre la huelga de los astilleros de Madrid. Esta sequía les está llevando a la quiebra -justificó Rúper.

-Yo estaba revelando unas fotos de un político rechazando un soborno. Compréndelo, eso no se ve todos los días -añadió Paco mientras ojeaba un estudio del Playboy sobre la vida sexual de la tellina playera.

Hassam siguió sin prestarles atención. Tenía la vista fija en el pacífico infinito y en la armonía de sus elementos concomitantes -esta frase, aunque parezca una gilipollez, muestra la madurez de mi estilo y, por eso, tengo plena confianza en ella para ganar el Premio Planeta-.

Rúper se sentó frente al cantante, tosió torvamente, hizo un ejercicio para aclararse la voz y colocó su grabadora al lado de la estrella. A continuación tomó la palabra y un gin tonic.

-Hoy tengo el raro privilegio de entrevistar al hombre que, posiblemente, más ha revolucionado la música en la última mitad de siglo. Inició su carrera tocando el triángulo en la orquesta de Joselito, «Los Ruiseñores Cachondos», y años más tarde se independizó y formó su propio grupo. En la actualidad hay rumores de una próxima colaboración con los «Héroes del Silencio». Pero centrémonos en el pasado y díganos, por veinticinco pesetas, cómo influyo su vida nómada en la composición de canciones tan poéticas como «Dame un canuto», «Papirus pa porrus» o, su último éxito, «Si tagarro…» -soltó Rúper con dos movimientos de labios.

El cantante ni se movió. Después de media hora de inacción, los dos periodistas pensaron que el tiempo que Hassam se tomaba para responder era un poco excesivo. Paco le dio una palmadita en el hombro y le alentó con un «venga, tío». El moro cayó desplomado a sus pies ante la sorpresa de todos los presentes (incluido el de Subjuntivo).

-¡Dios mío!, me ha puesto perdidos los zapatos de cocodrilo con su sangre. Y el pantalón también. Rúper, ¿sabes si la mancha de sangre se va o es como la de las picotas? -preguntó Paco profundamente preocupado.

-Creo que está muerto. Alguien ha debido asesinarle y no me extraña; su estilo tenía muchos detractores -añadió su compañero señalando al marroquí.

Hassam era historia. Su cuerpo descansaba en medio de un océano de sangre con un machete, de treinta centímetros de hoja, hundido en su espalda.

Los periodistas estaban flipados. Por fin vencieron su asombro y llamaron a la policía, a una ambulancia y a mi vecina que está muy contenta con la blancura de su detergente.

Como un rayo, la policía se presentó en el escenario del crimen apenas dos horas más tarde. Al frente de los que sirven y protegen estaba un individuo malcarado, de unos cuarenta y dos años, bajito y con numerosos problema físicos. Su cuerpo parecía ser el fruto de numerosas prácticas de laboratorio de los estudiantes de Medicina. Este personaje bajó de un coche color negro cobrizo y se acercó a los periodistas.

-Buenos días, soy Vístor Nillo, inspectó de Polisía -dijo con sequedad-. Sabemo de güena tinta china cutede son los testigos der homisidio. Nesesitamos cuarquier informasión cu pudieran darno. Díganme, ¿ánde estaban utede la noxe der vinticuatro de marso der novinta y tré? Respondan con inmediatés -ordenó.

-Lo siento pero, ese día en concreto, estábamos en Australia cubriendo la gira de Torrebruno y los Pegamoides -respondió Paco.

-Vaya, así nunca descubriremo ar «asesino de la trompeta». Bien, prosigamos. Denle a este agente toa linformasió relativa ar caso. Yo, mientras tanto, vo a informá a la Ministra de Curtura desta pérdida -informó el inspector.

Los dos testigos relataron y pormenorizaron todo lo que habían visto. Después Paco se acercó a un quiosco y compró un libro llamado «Fotografía submarina y su influencia en la vida del caracol silvestre». En ningún momento se le pasó por la cabeza que, en las próximas semanas, no iba a tener ni un instante de descanso para leer. Pero en fin, sigamos.

Hassam fue rodeado por multitud de curiosos. De repente apareció la pálida silueta de un individuo de aspecto siniestro. Su edad oscilaba en torno a los cuarenta y cinco años. Su rostro, blanquecino, demacrado y con visibles huellas de un violento acné juvenil no demasiado bien llevado, le daba cierto parecido a la idílica figura de la «Parca».

El sujeto avanzó entre la gente y, poniéndose en cuclillas, examinó el cadáver. El inspector se colocó a su diestra y les indicó, a Paco y Rúper, que se acercaran. Cuando los tuvo a su lado les habló en voz baja.

-Este é er Dr. Quemada. Colabora con er Departamento desde hase dies años. Como forense é de lo mejorsito cai. Con lo que nus habís dixo y lo quel averigue, yo creo que en tré horas habremo pillao a lasesino -explicó sacando una petaca con whisky de su chaqueta.

El forense concluyó su estudio preliminar media hora después. Se puso en pie y le dio al inspector el primer dato de interés.

-Este hombre está muerto. O eso, o es un actor de primera. En el primer caso, yo diría que se lo han cargado -anunció mojándose en su dictamen.

-Sin duda usted cree que se lo han cargado por el machete, ¿verdad? -inquirió Rúper.

-¿Qué machete? -preguntó el Dr. Quemada.

El inspector, Víctor Nillo, empezaba a perder los papeles o, al menos, así lo interpretaron todos cuando intentó estrangular al forense. Éste último aventuró otra de sus conclusiones, aunque ésta parecía más lógica.

-Le han debido matar a primera hora de la mañana. Observen cuanto costo tenía en el bolsillo. Sin duda le han dado poco tiempo para venderlo -explicó orgulloso de sí mismo.

-¿Eso es todo? -preguntó mi vecina (la que está muy contenta con la blancura de su detergente).

-En efecto. Por ende, sabemos que lo mataron a primera hora y que posiblemente el arma es este machete que se me ha clavado en el zapato -resumió el doctor antes de empezar a gritar como un poseso.

A la pregunta de qué hacer con el costo incautado, respondió un individuo que él podía guardarlo para evitar que cayera en las manos de inocentes niños. El inspector Nillo dudó entre dárselo a este ciudadano ejemplar o, hacer lo que mucha gente pensaba que se hacía con la droga incautada, repartir una parte entre los compañeros. Al final decidió no dárselo y el ciudadano le escupió y salió corriendo.

-Fernandes, anote la descripsión dese dividuo: dunos cuarenta años, má u meno; cabesa pelá comuna bola de billá y con una cresta dunos vintidó sentímetro en er medio; camiseta de Eskorbuto de coló negro y pantalone vaqueros ajustaos y deshilachaos. Lleva botas de caña arta y una cadena con un candao como er «Sir Vicius». Venga, llame a la sentral y dígales que lo busquen. Se va enterá er mamaraxo ése a quién lascupio -vaticinó el oficial antes de empezar a reírse maliciosamenete.

El agente Fernández se metió en un coche y cumplió la orden encomendada. Mientras tanto, el Dr. Quemada obtenía nuevas y valiosas evidencias para la resolución del caso.

-Acérquese, inspector. Observe que extraña descripción figura en la hoja del cuchillo. La he estudiado con mi lupa y he comprobado lo que pone: ¡MADE IN ALBACETE! Empiezo a temer lo peor -murmuró el forense.

-¡Rápido!, Gonsales, averigüe en quidioma está escrito eso y tradúscalo inmediatamente. Me da en la naris que la Cosa Nostra está metía en tó esto. Seguramente esa inscripsión será la clave de la ola de espuma y crímene que nos asota desde hase tré meses. ¿Cómo dises, Gonsales?, ¿qué está escrito en gallego? ¡Pero cómo puede ser tan burro, Gonsales? -exclamó Víctor Nillo mirando al cielo.

Un albañíl con seis carreras, tradujo la inscripción y dio el nombre de una cuchillería en la que vendían machetes como el que sostenía el forense.

Sin perder tiempo, pues es oro, los policías, el forense y los dos periodistas se dirigieron a la cuchillería «Slash». Y, en menos que José Luis Moreno presenta uno a uno a los miembros de los coros de la Armada Roja, entraron a la susodicha tienda.

-Bueno día. Soy linspectó Nillo. Sabemo de güena tinta custed vende cuxillos como éste. Quisieramo ver la lista de los compradores deste modelo en particulá.

-Veamos. Es un modelo reciente, manejable y muy resistente. Se trata del X-124 J. Se fabricó en una serie limitada de trescientas unidades, de las cuales cien las vendí yo y el resto fueron exportadas a Berlín -explicó el tendero.

-Bien, cara xoxo, ¿a quién le vendiste esas sien unidade?

-A gamberros, delincuentes juveniles; ya sabe, gente de confianza. Todos ellos viven en la Plaza Patera. Ya sabe, son punkis, skins, y de todo eso. Y ahora que recuerdo, un punk cuarentón me encargó veinte unidades y, en lugar de pagármelas, me escupió y se largó con los machetes. Amenazó con colgarme de mis partes si se lo decía a la Policía -confesó el dueño de la cuchillería rascándose por debajo de la rodilla antes de reconocer que «me picaba un huevo, lo siento».

-Ese es nuestro hombre. Estoy seguro. Atensión todos: amo a í a la Plasa Patera a buscarlo. Fernandes les fasilitara una descripsión der sujeto. Y uted, cara xoxo, cuídese. Le nesesitamos para que declare contra él en el juisio. Y por su bien… más vale que no nos haya mentío -dijo el oficial con un deje desafiante.

Poco después abandonaron la tienda y se dirigieron a la zona más conflictiva de la ciudad: la Plaza Patera.

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