Capítulo 11

Donde se cuentan borregos para dormir

El día se inicia con los primeros atisbos de luz solar. Rúper intenta apurar al máximo los últimos minutos de sueño mientras en la retina de Paco corretea la imagen de la chica estandarte del Playboy de este mes.

Todo es paz. Todo es armonía. La oscuridad se bate en feroz combate con los rayos del gran astro. Cuando éste parece derrotado resuena la persiana y la voz de Aníbal asesta el golpe definitivo a los huéspedes de Morfeo.

—Levantaos, joer! ¡Mové las piernas, mamones!

Los dos periodistas habían vuelto a la Plaza Patera el día anterior. Su misión era encontrar a los asesinos antes que alguien descubriera su colaboración con la policía.

—Oye, Aníba1. He observado que llevas un precioso, machete metido en la bota, ¿no tienes más? Es que me gustaría tener uno igual …

—Pues lo siento, Rúper, éste es el último. Tenía un par más pero se me perdieron.

—Es que me hubiera encantado tener uno igual.

—Pues pídeselo a cualquier otro. Chusti tiene un montón. Se ve que dieron un golpe en una tienda y se llevaron doscientos como éste.

Paco y un par de lectores se percataron de las intenciones de su amigo. Al parecer, la punzante y afilada arma se parecía como tres gotas de agua a la que mató a Hassam.

—Y dices que Chusti tiene muchos… pues a mi no me ha dicho nada.

—Tranqui, Paco. Tal vez es que no le quedan porque ha vendido mogollón de fuscos a las bandas del sur de la ciudad.

—Bandas del sur?, ¿qué bandas?

—Las de Antón Torrón y Federico Jonudo. Puede que seas tú la única persona que no sabe que estaban comprando armas para hacer una excursión a Alemania, para ir a hablar con los emigrantes junto a las bandas skins de allí.

—Pues no lo sabía.

—Si no te he entendido mal, Aníbal, hay muchos machetes como el tuyo dispersados por la ciudad —resumió Rúper.

—Pos claro, pero, ¿a qué viene ese interés?

—Un cuchillo como éste mató a Hassam y por tanto el que se quedó con tu dinero debe tener varios porque también liquidó a Paul Vete con otro igual.

—Pues ahora que sabéís todo eso localizarme al asesino que lo demás lo haré yo —ordenó la garganta del punk.

Mientras unos intentaban sacar información sobre el arma marroquicidaotros hacían lo mismo sobre los motivos del crimen.

—O sea, po un lao tenemo un caso de connotasiones rasistas y po otra parte podemo ver quer móvil del crimen puede ser er dinero susio que custodiaba Hassam.

—Así es, inspector. Yo pienso que lo mejor que podemos hacer es reunir a todos los sospechosos y confidentes y hacerles creer que sabemos quién ha sido. De este modo el asesino se asustará, confesará y evitaremos futuros crímenes.

—Bien dixo, detestive Raúl Cera Gastro-Duodenal.

El inspector apretó el botón del inter-comunicador.

—¿¿Si, inspector??

—Agente Irene Grita, ordene a tos los hombres disponibles quinterrumpan er armuerso y se consentren en la Sala destrategias hasta que llegue yo.

—¿Sala de Estrategias? ¿Dónde es eso?

—En el servisio de caballeros, muje.

Después de una hora de planes, el inspector y el detective hicieron acto de presencia en la Sala de Estrategias.

—¿Nos va a explicar hoy la estrategia a seguir para cepillarse a la mujer de tu oficial superior? —preguntó un policía en tono elevado.

—¡Callese, agente Sanchis Moso! —ordenó el inspector.

—O sea le llama Sala de Estrategias porque aquí usted explica a los demás cómo …

—¡Calle uted también, detestive! ¡Y no sea mar pensado! Bien xicos. ¡¡SILENCIO!! Nos hemo reunío pa planeá la nueva redada que vamos a da en la Plaza Patera…

Un murmullo cargado de excusas, (como «tengo hora en el dentista», «mi mujer no me deja ir», «no tengo miedo, pero es que a esa hora debo llevar a los nanos al colegio», «yo siempre a pelo, sin goma»), invade la Sala.

—De esto no se va a librar nadie. Vamos a ir todos juntos y yo el primero —aclaró el detective.

—Grasias, señó Cera.Bien, fijaos en este mapa. Yo y oxo agentes serraremos esta salida. El detective, aquí presente y dié hombres más, entrarán por esta calle y se dispersarán po las sonas señaladas con una «x». El capitán Tomás Turbas, el «Pajas» pa los amigos, con cuatro hombres cubrirá la calle contigua a la paralela. Quien tenga arguna duda cable ahora o calle para siempre.

—El plan está muy bien, inspector, pero si hacemos eso los que estén en ese edificio de la esquina inferior del mapa escaparán tranquilamente.

—¡Diablos, es cierto! Buena observasión, agente Rompetechos, aunque este edificio juraría que jamás lo había visto en el plano. En fin, agente Irene Grita, uted rodeará este edificio.

De repente el nuevo edificio cayó del mapa. Había sido construido con carne picada, ketchup, mostaza y pepiníllos.

—¡Cabo Igor Dinflas!, le tengo dixo que no coma ar lado del mapa. ¿Cuándo se va a enterar? Aún macuerdo de cuando estuvimos a punto de hacer una redada en una cabina telefónica para minusválidos por su culpa…

—No volverá a pasar, se lo juro por mi difunto padre, que se muera si vuelve a ocurrir.

Más tarde los agentes subieron a los coches y pusieron rumbo a la zona más conflictiva de la ciudad. A unos cien metros de la Plaza Patera se reunieron con un convoy del ejército.

—¿Inspector Nillo?

—¿General Depie? Utedes cubran el sector Norte y yo y mis hombres nos adentraremos en la sona. No deben dejar pasar ni salí a nadie. Lo demás lo haremos tal como le he contao por fáx.

—No sé si unos simples policías van a poder hacer la faena de unos hombres preparados como los míos. Mis soldados duermen con el fusil, comen con el fusil, follan con el fusil. Comen cosas que cualquier civil rehusaría en un antro de Cinco Tenedores, cosas que harían vomitar a la cabra de Rambo. Son máquinas de matar entrenadas para aguantar el ciclo de Cantinflas sin soltar una sola lágrima. Y eso no es todo, además…

—Bueno, general Depie, deje de sortar faroles y situe a sus hombres. Ya le llamaré un día pa que me explique ciertas cosas, porque eso de follar con el fusil…

Poco después los dos estrategas de la operación se despidieron y situaron a sus hombres según el plan fijado. Con un sigilo y una organización digna de países más avanzados que éste, los soldados y policías comenzaron la redada sorpresa.

En cinco intensas horas de jaleo fueron puestos a buen recaudo más de cien personas que debían pagar su deuda con la Justicia —entre ellos destaca mi primo que le debía cien mil pesetas de una apuesta al juez Francisco Rupto—. Mientras los heridos eran atendidos y los sanos enjaulados, yo y mi caballo nos trasladamos a la comisaría. Allí se encontraban el inspector Nillo, Rúper, Paco, Aníbal, Chusti, Petra Ficante, Sebas Tardo, Armando y Dolores Despalda. Los detenidos, naturalmente, estaban espesados y custodiados por varios agentes. El inspector Nillo, mojando un donut duro con el café, tomó la palabra.

—Táís tos aquí porque sóis sospechosos de los dos sesinatos cometíos en mi jurisdicsión. Confieso cal prinsipio no sabía quién podía habé sío, pero nadie queda impune tras cometé un crimen. Por lo menos si le pillamos.

—¿Y por qué sospechan de mi? —preguntó Aníbal.

—Pues no lo sé. Sólo porque Hassam custodiase tu dinero y tu historial e ma sangriento quer homenaje a Drácula… —respondió con ironía.

—¿Y de mi, qué?

—De ti, Chusti, tenemo más de sien motivos que te podían habé condusido ar crimen. Tos sabemos que tú y er moro no eraís uña y carne presisamente.

—Bien, éstos dos son delincuentes, pero yo…

—Mira Sebas, nadie isnora que tú eres ma agarrado cuna lambada. Tampoco desconosemos que le vendiste a Hassam una cuxara con euro-conector hecha por ti. Sabiendo que er no te quisó pagar al darse cuenta del engaño…

—Bueno, pero yo no tenía motivos —protestó Petra.

—¿Qué no?. A ti te pasaba la droga Hassam y ma duna vez te paso jaco adurterado que no valía pa na. Sabemos también lo del intento de violación de Hassam y su doberman «Chungón»…

—¿Y yo qué? —interrumpió Dolores Despalda.

—Tú estuviste tratando a Hassam duna picadura de avispa en la mano. Grasias a tus cuidaos, consejos y celo profesionar, Hassam perdió la voz y fue nesesario amputarle una oreja y escayolarle la nuez. Por supuesto quer marroquí procuró vengarse con varios intentos fallíos dasesinato. Tú sabías, en resumidas cuentas, que moría er, morías tú o matabas al autor de esta faxinante obra.

Armando ni siquiera preguntó el motivo por el que sospechaban de él. Tal vez porque había sido detenido catorce veces por agredir a extranjeros le consideraban xenófobo y sospechoso. No sé.

Pero sigamos con el coloquio.

—¿Y a estos de qué se les acusa? —preguntó Chustí señalando a los periodistas con un jamón serrano.

—Estos son do de los criminales ma sofisticaos que he tenío ante mí: Paco, alías «Boyero», traficaba con informasión privilegiada der Banco Molocos y vendía esclavos en er mercado negro. La CIA, la Interpol y tres madres sorteras le llevan buscando más de do lustros. Lotro, Rúper, alías «el Hermanísimo», se montó un despaxo ofisial en Sevilla desde er que controlaba la venta ilegal de preservativos con bujeros pa los países del Terser Mundo. Además tiene varios cargos por extorsión a la Mafia, conduxión temeraria en los coxes de choque, estasionamiento en paso de cebra e intento de gorpe destao en una comuna narquista. ¿Ta claro? Y ahora, si os parese, voy a presentar a alguien que nos va a decir quién es el asesino. Agente Agapíto Pito Gorgoríto, hagale pasar.

—Sí señor inspector, lo que usted mande.

El individuo entró, tropezó y cayó de bruces ante la mirada sorprendida de todos.

—¡Jesús Tomás Dado! ¿Qué haces tú aquí? —dijo Paco.

—Yo no soy quien parezco ser, aunque parezco ser quien no soy. Dicho de otra forma. No soy un macarra barriobajero sino el mejor agente secreto de la ciudad y he estado investigando este caso desde el primer día —explicó Jesús.

—¡Traidor!¡Yo confiaba en ti! —replicó Chusti.

—Lo siento, Chus. Aquí en esta hoja tengo apuntado el nombre del que mató al moro. Si lo digo yo le caerán cuarenta años y un día. Si confiesa sólo treinta y cinco.

Un agente dió cuatro pasos al frente.

—¡Está bien! ¡fui yo! Yo maté al moro, pero es que no soporto que me molesten en la playa cuando estoy con la mujer del sargent … eeeh…, quiero decir con una amiga.

—¿Así es que uted mató ar moro de la playa? ¡Pero eso que nos importa! Tamos hablando der asesinato de Hassam. No vuerva a interrumpir pa contá sus aventuras, agente Norio.

—¡Sí, señor! —contestó avergonzado.

—Bien, aún estáís a tiempo de confesarlo todo —avisó un cura mientras se vestía de camarero. Cosas de la crisis.

—Yo no fui. Estaba colocada ese día —aclaró Petra.

—Yo tampoco. Fui a desguazar dos coches robados en la sede del Ministerio de Hacienda.

—Bien, Sebas. Por una vez no tuviste nada que ver con algo sucio, porque el que roba a un ladrón…

—Ese día aún no había puesto los pies en la ciudad.

—Yo estaba atracando un banco con unos colegas.

—¿Y tú, Chusti? ¿Acaso no tienes coartada?

—Mire, madero, yo no lo maté. Sí no que se lo pregunten a mi amigo Lucky Strike Walker. Fuimos a visitar a varios compañeros de colegio a la prisión municipal.

—¿Lucky Stríke Walker? Debí imaginarlo. Era ese que creía sé blanco y que mató a su tutó por reveladle quen realidas su piel era negra cual tisón. Pero, ¿qué relasión tenía ese tío con Hassam?

—No lo sabe, inspector?. Lucky fue enchironado en el hospital para enfermos mentales de Hong-Kong. Allí conoció a Hassam, el cual bajo los efectos de los ácidos que consumía a diario, se creía Jesucristo. Lucky asumió el papel de San Pedro y todo fue bien hasta que Hassam le confesó que su padre, el Todopoderoso, le había dicho que los negros no irían al cielo, pues había oído a uno decir algo sobre la falta de angelitos negros —relató Jesús Tomás Dado.

—Ya recuerdo. Tal vez las palabras de Hassam llegaron a los oídos der Maikel Llacson. Eso explicaría su interés po lográ un color de cara a lo Llony Güinter.

—Tal vez sea así, inspector. No olvide que Hassam concedió dos entrevistas a la «Life» y la «Cosmopolitan». Precisamente en ellas atacó duramente a algunos compañeros, sobretodo a Lucky —añadió la mujer de la limpieza.

—Exacto. Bien Chusti, ¿dónde se encuentra su amigo en estos momentos?

—¡Yo qué leches sé! Me dijo que llevaba un tiempo en la ciudad. Me contó que se había escapado del hospital disfrazado de moneda oculto en el bolsillo de un catalán.

—Puede que sea cierto. Lucky siempre ha estado más rayado que la libreta de un subnormal pero su inteligencia es comparable a la de Mac Gyver, Murdock y Poli Díaz juntos.

—Eso está claro, Jesús. Sin embargo, todo apunta a que el asesino está en esta habitación —concluyó el inspector dirigiendo su mirada a una pintada en la pared que decía «el asesino está aquí».

—Bueno, bueno, parece que nadie va a confesar. Usaremos métodos más drásticos. Si me permite sugerirlo, inspector, pienso que podemos hacerles oír un par de discos de Pedro Ruiz.

—Cállese animal, recuerde los Trataos Internasionales. Bien, gentusa, tienen do minutos y medio pa confesá quién e er sesino. Si no confiesan, veremos el Telecopón enterito. ¿Arguna sugerensia ma, señor Cristóbal Sámico?

El tipo se acercó al inspector y se inclinó al lado de éste para recordarle que tenían que asistir a la ejecución del último violador virgen, Jorge Nitales.

—Man informao que tengo una reunión urgentísima. Así pues, me voy ya pero cuando regrese confío quer curpable haya confesao. Agente Norio, encárguese de to. No suelte a nadie hasta que yo vuelva.

—De acuerdo, inspector. Marchese tranquilo que yo me encargaré de esta escoria.

El inspector y su asesor de imagen, Cristóbal Sámico, salieron de la Sala de Interrogatorios para bajar hasta el sótano del edificio. Una vez allí se preguntaron para qué habían bajado y subieron dos pisos más hasta llegar a la Sala de ejecuciones.

—¡Vaya mierda dasesor! Por su curpa voy a llegá tarde a lúltima ejecusión de listoria de este país.

—Lo siento, señor Héctor. Es importante que todo el personal le vea por lo menos una vez al día. Así se refuerza su figura de líder y autoridad…

—¡Callese ya! Mire, ahí hay do sitios. Sentémonos pronto antes de que se llene. ¡Ah!, no solvide de las palomitas.

La ejecución iba a empezar. La gente apuraba las bolsas de pipas y los refrescos de almendras. Por fin llegó el reo escoltado por dos policías siameses. Jorge Nitales pidió como última voluntad escuchar ocho palabras sensatas de Catherine Fulop, cosa que le fue denegada por imposible. La actriz lamentó mucho que no le hubieran dejado hablar. Pero… ¿de qué hubiera servido?

Redoble de tambor. Focos encendidos. El violador entra a la Cámara de Gas. Los brókers comienzan a recoger apuestas sobre la duración de la ejecución. El delincuente mira al cielo. Ve que la Cámara no tiene techo. Empieza a reírse y a hacer cortes de mangas a diestro y siniestro.

—Ríete, ríete, pero ya verás cuando empiesen a caé las bombonas —murmura el inspector.

Comienza la acción. Esquiva la primera bombona. También la segunda. La tercera. Detiene la cuarta con la frente. Lástima, lo estaba haciendo bien. Cuatro han hecho falta esta vez. El inspector se va alegre pues es el número por el que ha apostado diez mil pesetas. Ahora se han multiplicado por quince. Cobra y vuelve a la Sala de Interrogatorios.

—Y bien, ¿han confesado ya?.

—No, inspector. Pero creo que estamos cerca.

—Amos a sentradnos en los que pobablemente puen habé cometío los crímenes de Hassam y Paul Vete. De momento puen irse Rúper y Paco, Sebas Tardo y Dolores Despalda. Los demás se van a quedá conmigo. Agente Vístor Quemada, tráigame los instrumentos para cantar del sótano —ordenó Héctor Níllo.

Los sospechosos menos sospechosos, valga la redundancia, se marcharon quién sabe dónde. El inspector salió un momento de su despacho para coger un generador eléctrico que le habían traído para tal ocasión.

¡¡¡CRAAAAAAASSSHH!!! ¡¡¡AAAAAGHT!!!

—Parece que se ha roto un cristal por ahí, inspector. Creo que ha sido en la Sala de Interrogatorios —informé.

—¿En Interrogatorios?, ¡maldito escritor!… Una vez que tenemo a tos y hase que sescapen —respondió con educación.

Cuando los agentes llegaron sólo encontraron a dos policías atados de los pies al ventilador y dando más vueltas que un hijo-puta buscando a su padre.

—Lo siento, señor. Nos tomaron el pelo…

—Eso me pasa po no habé dejao ar sub-inspectó Dertisia la vigilansia de esos mataos. ¡Apartad de mi vista, inútiles! Toy harto de tratá con gente que tiene menos porvení que un senicero en un amoto —lamentaba Héctor Nillo.

—Señor, creo que podíamos encargar la búsqueda de esos hombres al detective Paco Lombo.

—A usted le pago para que me asesore sobre mi imagen, no para que piense. Rúper y Paco lo están haciendo bien. Han hecho grandes progresos y pronto darán con el culpable.

—Si usted.lo dice…

El asesor de imagen, Cristóbal Sámico, salió contrariado de la estancia y se marchó a su casa. A pesar de lo que pudiera parecer, se llevaba muy bien con el inspector Nillo, ya que se conocían desde su más tierna infancia. Por motivos profesionales disimulaban esta amistad ante los demás, pero tenían una estrecha relación, como el cáncer y la muerte —por poner un ejemplo corriente—. Y ya que hablamos de él, que mejor que una breve descripción.

Era un hombre de mediana edad, cabeza grande y anchos hombros. Tenía una voz aguda a la vez que chillona. Algo así como Constantino Romero. Y fue la admiración hacia este último personaje lo que le hizo estudiar periodismo. En Tercero se lo dejó al quedarse ciego estudiando el sol para un artículo sobre la influencia negativa de los rayos en la piel. Tras este golpe del destino, cogió su bastón, compró un perro lazarillo de Tormes y se sacó el título de Asesor de Imagen. Un año después fue detenido por hacer trampas en las cartas. El inspector le sacó las castañas del fuego y la fruta de la nevera y consiguió que se retiraran los cargos y ábonos contra él. En agradecimiento, Crist6bal Sámico, decidió trabajar dos años gratis para su amigo policía. Por cierto, en el día de hoy, Cristóbal disfruta de una perfecta visión ya que fue operado de la córnea con sorprendente éxito. Por desgracia le han quedado pequeñas secuelas. Por ejemplo a veces cuando pronuncia la «f» parpadea como un loco y sufre calambres en el tobillo derecho hasta que oye «¡leche!» diez veces.

Después de este inciso, seguimos con lo nuestro.

—¡Agente Irene Grita!

—¡Diga.señó!…

—Voy a irme a casa. Ya he tenido bastante por hoy. Si ocurriera algo, sea lo que sea, me localiza en mi casa. Ya sabe: si hay un atraco, una violación, un accidente de tráfico, una película de Cantinflas subtitulada o cualquier otra barbaridad…

—Si, señó. L’en tendido.

El policia recogió sus trastos y retornó al hogar. Allí le esperaba su mujer, la cual había vuelto después de fugarse con un vendedor de guantes de segunda mano. Las escenas ocurridas en el dormitorio de los Nillo no son muy apropiadas para ser contadas en este libro. Tal vez ni el marqués de Sade, el duque de Feria y Espartaco Santoni juntos, serían capaces de llegar a describir tanta pasión y violencia. Lo cierto es que la mujer del inspector tuvo, siete meses después, cuatro hijos. Todos ellos tenían la misma cara que su padre, el vendedor de guantes. Aunque uno le tenía un cierto parecido a Antonio Gala…

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