ADELANTO NUEVO CAPÍTULO
Ella era inteligente, perspicaz, de sonrisa franca y largos cabellos rizados. Sumaba a esto un evidente atractivo y una exquisita elegancia. Para mí, como dijo Woody Allen, ocupaba en mi escala de valores un lugar secundario (justo después del «respirar»).
Cada vez que la veía en aquel pub pensaba en acercarme a hablar con ella, pero ¿de qué?: “Hace calor, ¿no?» o un principio similar, lo descartaba como inicio de una charla, pues parecía más digno de una película porno que de una amena conversación con alguien así. El «¿qué opinas de la evolución del agujero de la capa de ozono?» también me parecía un poco absurdo, aunque el tema fuera interesante, porque se trataba de romper el hielo y no de averiguar por qué se funde en los cascos polares.
Y, mientras yo mantenía mis neuronas en pie de guerra, los amigos la señalaban disimuladamente y me decían por lo bajinis: «ahí está. Ves a por ella».
Yo quería ir, pero me frenaba la posibilidad de quedarme en blanco y acabar soltando alguna estupidez o preguntando por qué en los programas del «corazón» no interviene nunca un cardiólogo (como experto en el tema). «Mañana le llamaré. Seguro que estaré más inspirado. Hoy quizás me falta pillar el tonillo», me engañaba a mí mismo mientras le pedía otra Coronitas a un perchero.
Y así, cada domingo, mientras preparaba mi liviana comida, me planteaba la llamada. “¿Cómo estas? Bien, me alegro. «T¿e apetece ir al cine» «Qué tal una cena? ¿Y dos semanas en París? ¿Y tres?…».
Acababa la comida y llegaba la hora de la verdad. Le llamo. No, ayer la vi y no pude hablar con ella. Si le llamo, tal vez sea un poco violento para ella. Entonces… un mensaje». Era lo ideal, ya que no te obliga a responder. Escribía el mensaje, lo enviaba y, mientras esperaba la respuesta, limpiaba el piso.
Al final, siempre acababa el piso reluciente, obligándome a ir por el pasillo con las gafas de sol puestas, pero en la pantalla del Nokia no aparecía el sobre parpadeante. Pero, muy de vez en cuando, se iluminaba la pantalla, sonaban dos pitidos y el mencionado aviso se hacia visible. Rápidamente los dedos buscaban la opción «leer mensajes» y entonces se llenaba la pantalla con un «MoviStar le regala 25 mensajes gratuitos para conocer el pronóstico temporal en Sudán…». «¡Como si quieren regalarme 12.000!», pensaba decepcionado.
Pero un día todo cambio. Pantalla iluminada. Dos pitidos. Sobre parpadeante. Dedos en el Nokia. Leer mensaje y, tachan, tachan, «Con MoviStar sus llamadas a la República Checa son ahora 0,20 » más económicas». «¡Hijos de… !». Decepción y suelo fregado.
Pasan diez minutos. Iluminación. Dos pitidos. «Seguro que es otra oferta para conocer los resultados de la liga nigeriana enviando un mensaje al 99999 o algo así», pienso llevado por el aburrimiento dominical mientras me quito las gafas de sol.
«Vale. Recógeme a las 6».
«Sería cierto» «Me habría equivocado en el destinatario» La duda se cernía sobre mí en milésimas de segundo. Comprobé el remitente. Era ella. Nervios. Tranquilidad. Decisión crítica: vestuario. Ropa informal: camisa blanca, pantalón y corbata a juego. «Camisas blancas» Cuatro. En la lavadora todas. Rotura de esquemas. Nervios. Alternativa: Look Springfield. Aire desenfadado.
El coche… sucio. Queda una hora. Urge un lavado. Pillo las llaves y me abro a la gasolinera. Veinte euros. Depósito casi lleno (quedaría fatal quedarse tirados). Calor. Mucho calor. Bajada de ventanillas. Búsqueda de aire fresco. Compra de una ficha para túnel de lavado. Coche enfilado. Antena quitada. Sellado limpiaparabrisas. «Va a quedar como nuevo». Introducción de ficha. Botón inicio apretado. Tres minutos. Aspecto exterior impecable. Aspecto interior impec… Nervios, muchos nervios. PÁNICO. Ventanillas siguen bajadas. Aspecto interior… espumoso. (TUVÍ CONTINUED SOME DAY OF THESE)