Donde se cuenta lo siguiente.
Los primeros rayos de sol se deslizaron estrepitosamente a través de los agujeros de la persiana y chocaron contra los párpados de Rúper y Paco. A pesar del violento choque no hubo que lamentar desgracias personales y ellos siguieron durmiendo como lirones.
Ni el ruido de las escopetas de la policía, las sirenas o el bullicio de la calle les despertó. Sus cuerpos cansados y sus cerebros ahogados en un mar de cerveza no respondían a los estímulos provenientes del mundo exterior.
Gracias a Dios hubo alguien en la casa que sí se despertó antes del mediodía. Leandro Gata, el «Maradona», se levantó poco después de las once y media. Con mucha delicadeza peinó sus cuatro pelos y bajó a la fuente para llenar un cubo con agua fría. Cuando subió arrojó el líquido elemento sobre los momificados cuerpos de los periodistas. Inmediatamente se despertaron maldiciendo a varios personajes bíblicos de suma importancia.
Tras tomar su tazón de cereales con su birra de rigor se fueron a la Tasca Gao donde ya se encontraba la mitad de la banda. El mencionado antro acababa de abrir sus puertas a los clientes y su caja fuerte a cuatro educados forajidos armados con maletas y su carnet de inspectores de Hacienda —¡hay que ver como ha evolucionado esto del pillaje!—. El camarero, guardándose el cabreo para sí, saludó con todo el entusiasmo y la simpatía que siempre le habían caracterizado.
—¿Qué hay, cabrones? ¿Ya venís a joder la marrana? —dijo educadamente.
—Pues hay lo de siempre: hambre, sed y resaca —contestó el «Maradona».
—¡Coño! ¡Leandro Gata! Precisamente hace unos minutos que la policía ha estado haciendo preguntas sobre ti. Te están buscando como desesperados. Si yo estuviera en tu pellejo me entregaría o huiría al Tíbet. Pero dime, ¿por qué te buscan esta vez? ¿Por atraco? ¿Por robo? ¿Por estafa? ¿Por…
—Por matar a un camarero que preguntaba mucho. Primero lo castré. Luego le corté el cuello como un melón. Y, por último, le hice cosquillas con una pluma estilográfica en los pies hasta que murió entre risas y nauseas de dolor. Y bien, ¿quieres saber algo más? —inquirió el fugitivo.
—Yo no —negó el camarero moviendo la cabeza de arriba a abajo tres veces—. Sólo preguntaba por romper el hielo, pero nada más.
—Bien, me alegro. Por cierto, ¿has visto a Chusti?
—Sí, ahí está —contestó el dueño de la Tasca señalando a la puerta por la cual entraba en ese momento el punk.
Esa mañana el cabecilla de la banda no venía solo. Le acompañaban (o, tal vez, le escoltaban) tres punkys más. El primero de ellos lucía un cuerpo Schwarchzenegeriano pero reducido al metro y medio escaso que medía de altura. Era lo que en matemáticas se conoce como un mínimo cuadrado. El segundo era un tío raro al que le gustaba pasar desapercibido y es evidente que lo conseguía, pues nadie se dio cuenta de su presencia hasta que se disfrazó de escocés y eructó sobre el mostrador mientras bailaba una polka. Otro medía unos diez centímetros más —siempre hablando de altura, claro está— y sus pies soportaban unos ciento treinta y cinco quilos con trescientos veintisiete gramos, más o menos, de humanidad. Este individuo acaparó todas las miradas de los presentes y futuros. Chusti notó la viva expectación y procedió a la presentación —¡vaya pareado que me he currado, eh colega!—.
—Coleguitas, este es Félix Tillo. Félix, éstos son colegas. Nos conocimo en la trena, cuando me enchiqueraron por aquello de contrabando de huesos de aceitunas para experimentos nucleares. De todas formas no le llaméis Félix, sino el «peliculero», que es como se le conoce tras las rejas.
—Así es —negó Félix.
—El «peliculero», ¡vaya! Pues nos va vení de puta madre tu presencia aquí, porque tenemo una serie de dudas kay caclarar. Vamo allá. Tú tacuerdas de la pinícula del Chalton Geston, la de los «Diez Mandamientos», ¿te sitúas, no? Pues en esa pinícula sale un tío calvo que hace de faraón. ¿Ese tío hizo una serie de detectives privados? Y otra. ¿Es el de los chupachups, verdad? —preguntó Oscar Denal.
—Pues no tengo ni idea de quién narices me estás hablando. Yo pensaba que los «Diez Mandamientos» era del Llon Güein —reconoció Félix.
—A ver si nos sacas de esta otra duda. Es sobre una película en la que sale Escarlata Ojara, u algo asín. Es una «flim» superlargo y triste. Además hay una escena en la que pone a Dios por testigo de que siempre se va a hinchar a comer cuando vaya de invitada a una boda, comunión, cumpleaños u similares. ¿Sabes el título? Creo que es algo asín como «Con el viento nos nevó»… —inquirió Esther Nocleido +Toideo.
—Pues estás equivocada. Esa es la de «los ángeles de Charly» —sentenció el amigo de Chusti.
—Me parece que mucho llamarte «peliculero» pero a la hora de la verdad… nada de nada. Eres un ignorante en lo que a cine y películas se refiere —acusó Rúper defraudado.
—¿Por eso me habéis cosido a preguntas? —preguntó Félix Tillo demostrando una velocidad mental digna de un boxeador encajador al cumplir los setenta años—. Pues debo aclararos que a mí me llaman el «peliculero» porque tengo el culo lleno de pelos. ¿Lo queréis comprobar? —preguntó antes de ser lanzado por una ventana.
—Bueno, calma —pidió Chusti—. Este bailaor de porka vestido de escocés es mi colega Javier Nestrece, un compañero de celda. Lo entalegaron por hacerse un canuto en Marruecos. Como podréis comprobá, le gusta la filosofía —advirtió Chusti mientras presentaba a su amigo a su banda.
—Bien, ya sabéis quien soy. Luego no lo ignoráis, ya que los ignorantes desconocen muchas cosas que no saben. Por cierto, debéis saber que pegar a un padre es feo, pero es mucho más feo no despegarlo después. ¿Ok? —inquirió antes de ser mandado vía aérea con su camarada Félix.
—Cuando vuelva del Hospital Ytal, Javier Nestrece se unirá a nosotro. Es un tío de que te cagas, aunque la primera impresión que causa es mala, la segunda horrorosa, la tercera nefanda, la cuarta de auténtico asco, y así hasta que has convivido con el seis años y piensas bajo los efectos de un «tripi»: ¡Coño!, pues en el fondo no es tan $%&##**$$%»% —explicó Chusti.
Asimiladas las noticias, se sentaron en torno a un punto medio que, casualmente, estaba en el centro. Cada uno pidió algo de beber y algo de picar. Leandro Gata sólo pidió algo de picar y el camarero le pasó su gramito y su jeringuilla. A continuación, se inició la reunión.
—Quiero hablá der III Congreso Anual de Bandas Rabiosas Organizadas No Estatales o Subvencionadas (nombre clave: 3 CABRONES). Tenemo que dá caña. He pensado esta noche que deberíamos pedir la unión de todas las bandas para acabá con este sistema capitalista y opresó y, luego, una vez tuviéramos el poder sólo nos quedaría eliminar las cuatro bandas fascistas que hay por ahí. Crearíamos una anarquía en la que mandásemos nosotros. Aunque esta úrtima idea creo que tiene algo de ilógica pero no sé er qué —explicó el cabecilla de la banda.
—Muy bien, Chus —aplaudieron emocionados sus padres y su novia.
—Además, expursaremos a todos los elementos indeseables. A todos aquéllos que se opongan a nuestra idea del nuevo mundo, a los emigrantes que intenten engañarnos como el Hassam, a los individuos que…
Rúper y Paco se miraron en seguida. Hassam era Hassam Tander, sin duda. ¿Habían encontrado al asesino o, por el contrario, el autor de este libro estaba demasiado inspirado como para imaginar un crimen y detener al culpable en poco más de 30 páginas? Para su desilusión mi inspiración daba para treinta o cuarenta páginas más. Así pues, en este capítulo no se resolverá el misterio todavía.
—Eliminaremos a todos, Chusti. Haremos lo que le hicisteis a ese Hassam Tander —sentenció Paco intentando engañar a todos.
—Nosotros no le hicimos nada a ese pringao. Para librarnos de algún emigrante, si fuera necesario, nos aprovecharíamos de la xenofobia de los skins. Ellos lo harían y después nosotros nos cargaríamos a los skins. Mataríamos dos pájaros de un tío —desveló el punk poniéndose una medalla.
—¿Quieres decir que vosotros no os cepillasteis al moro? —preguntó Rúper maldiciéndome interiormente.
—Claro que no. Te juro que ér merecía la muerte, pero no fuimos nosotros los que hicimos justicia. Ese perro nos había tangado con la droga un montón de veces. Sólo el diablo sabe la cantidad de porquería que nos hemos metido en las venas por su culpa. Todo el mundo le odiaba y tenían motivos para ello. Pero… ¿qué interés tienes en ese cerdo?
—¿Yooo? Ninguno. Curiosidad femenina.
—La curiosidad mató al gato —sentenció Javier Nestrece incorporándose a la mesa enfundado en hectómetro de vendas.
Estas palabras calaron en lo más hondo de los periodistas. ¿Habían despertado, quizás, el recelo de los demás? ¿Habían expuesto demasiado en tan poco tiempo? ¿Les había preparado el autor de este libro, un gran tipo, un capítulo de salvaje desenfreno sexual con unas mulatas? ¿Y dos capítulos? La respuesta para todas estas preguntas es: NO.
Para no meter la pata no volvieron a hablar en toda la reunión. De hecho, cada vez que abrían la boca era para llenarla con ingentes cantidades de cerveza. Por contra, los demás se mostraron más participativos que de costumbre. Raúl Travenosa y Esther Nocleido +Toideo expresaron sus diferentes puntos de vista y éstos fueron muy tenidos en cuenta, ya que habían asistido a más reuniones que cualquier otro que no hubiera asistido a tantas. Por cierto, el único que no dijo ni pío fue Leandro Gata, el cual se despidió de este mundo a mitad de debate con una impresionante sobredosis, de ácido lisérgico y heroína, en el cuerpo. Y es que el que se pica… ajos come.
Poco después concluyó la reunión. Les esperaba una dura semana de sudor, gimnasio, cerveza, más gimnasio, etc, para ponerse en forma para la celebración del 3 CABRONES (nombre clave, ya sabes), por si fuera necesario —hasta ahora siempre lo había sido— usar la violencia. Debido a esto adoptaron una serie de medidas drásticas para sanear el cuerpo:
reducción del número de cervezas diarias (una menos),
» » » » » porros diarios (una calada menos).
Paco y Rúper, concluida la reunión, salieron disparados para investigar el asesinato del cantante sordomudo. El tiempo era oro, el oro es el respaldo del dólar, con el dólar compras oro, el oro es tiempo, luego un reloj de oro por un dólar es… ¡Yo qué sé!
En la calle se acercaron a una mujer vestida de negro y con unos ligueros rojos. Al decir vestida estoy exagerando, pues llevaba un traje ajustado e impresionantemente pequeño. A lo largo de mi vida he visto bikinis que tapan más que aquel modelito. Realmente, éste dejaba muy poco trabajo a la imaginación. Las piernas, largas, perfectamente moldeadas, estaban embutidas en unas medias negras que le llegaban hasta un poco más arriba de medio muslo. Su escote, generoso donde los haya, mostraba que donde hay… que se quite el Wonderbra. Y en cuanto a su espalda… ¿qué decir de su espalda? Era… ¿dónde están mis lectores? ¿Qué hacen todos en el baño? ¡Volved, pervertidos!
¿Ya estáis aquí? Bien, sigamos. A Rúper le fascinaron los impresionantes ojos de esta mujer de la mal llamada vida alegre. Con cierto disimulo en sus gestos, mas no en su rostro, se acercó a ella y le habló de este modo tan caballeroso.
—Hola, macizona. Te veo muy sola y un cuerpo así es un sacrilegio que esté solo.
—¿De verdad, nene? ¿No serás tú uno de esos sádicos que disfrutan lamiendo un paraguas o cortándose las uñas de los pies con la Black & Decker ? Por tu aspecto yo diría que sí —contestó ella.
—Yo soy duro, muy duro. Soy más que duro; soy el seis pesetas, pero no soy un chiflado de esos que acuden a vosotras pidiendo que les giñéis en la cara.
—Más que duro, a mí, lo que me pareces es un asesino. Sí señor, un asesino de emigrantes.
—Bueno, para que engañarnos, es cierto que me encanta mantener a raya la gente de fuera, aunque ello implique suprimir alguno. Pero, en el fondo, soy un trozo de pan.
—De pan duro, porque lo que le hiciste a Hassam…
—¿Te refieres a Hassam Tander? ¿El cantante sordomudo?
—Claro. Ése que traficaba con heroína que mandaba al extranjero metida en las cajas de sus Cds. Además, hay pruebas de que estaba a punto de vender dos arsenales de armamento nuclear a Mónaco y a Suiza. Y aquí no te digo nada: tenía deudas con todo el mundo. Era el camello más tangador de la ciudad. Pero me parece que estoy hablando demasiado. ¿Tú no serás un pasma, verdad? —preguntó ella con voz susurrante, de esas que gustan oírse en la oscuridad e intimidad de un motel.
—¿Yo un pasma?, pero… ¿qué dices? Yo me meriendo a los pasmas como me hubiera merendado a Hassam. Tengo muescas de polis muertos por toda la culata de mi pipa.
La mujer se quedó petrificada. En todos sus años ejerciendo una profesión tan vieja como entrañable, jamás había conocido un asesino en persona. Lourdes Quiciada, así se llamaba, era la única prostituta virgen de la zona. Todo un mérito si se tiene en cuenta que su «despacho» estaba en la farola central de la Plaza Patera. Pero volvamos a la historia. Ella seguía hablando con Rúper.
—¿A cuántos maderos te has cargado, hombretón?
—Unos quince, calculo. Es que cuando empiezo algo… hasta que no lo acabo. Y ya ves si me queda faena, porque ¡mira que hay polis! —vaciló el periodista intentando camelarse a la prostituta.
—¿Y qué me dices de ese tío? —inquirió la ramera señalando a Paco que estaba a diez metros haciendo el pino.
—Es mi mejor colega. Él me ha ayudado en todo. Somos un equipo perfecto.
—Pues ya que sois un equipo llámalo. Os puedo hacer la oferta del mes: 2×1.
Paco se dio cuenta de que hablaban de él y se acercó a ellos. Lourdes le examinó de arriba a abajo lentamente mientras se acercaba. El periodista tropezó con un tanque de la Segunda Guerra Mundial que estaba aparcado en doble fila. A consecuencia de esto se golpeó en la rodilla derecha , por lo cual estuvo a punto de quedarse ciego (¿?). Con la cara empapada en la sangre que brotaba de sus pituitarias llegó hasta la farola de Lourdes.
—Así es que tú y tu amigo os dedicáis a cargaros polis y emigrantes… —dijo ella como quien no quiere la cosa.
Paco se quedó flipado. Rúper le hizo una seña con los ojos que captó en seguida gracias a su fino oído. Paco, siguiendo en su línea de inteligencia constatada, bramó: «¡Envido!». Poco después cayó en la cuenta de lo qué estaba sucediendo y le siguió la corriente a su amigo.
—Sí, es verdad. En menos que sube la gasolina, éste y yo liquidamos a quien sea. Nos da igual que se trate de un poli, un político famoso, un terrorista, un chapero, un emigrante, un probador del crash-test, un buzón de correos, dos buzones, en fin… lo que sea. Nosotros somos como mercenarios, como perros de la muerte. Vamos, que el Rambo a nuestro lado es un objetor concienciado.
—¡Impresionante! Sois realmente duros. Y a todo esto, ¿lleváis hora?
Los dos periodistas doblaron los brazos que les salían de los hombros e inclinaron la cabeza para captar la situación de las agujas de sus relojes digitales.
—Sí, son las cuatro y… —anunció Rúper sin poder acabar la frase.
Tres sonidos metálicos llegaron a sus oídos a la vez que sintieron que algo les oprimía las muñecas. ¡Menuda sorpresa! Lourdes Quiciada no era puta. ¡No, señor! Todo era una farsa. Ella pertenecía a la Brigada Antivicio de Valencia y estaba investigando el caso del asesino de las prostitutas chinas con pelo rubio que tanto había impresionado a la sociedad valenciana en julio.
—Así es que vosotros opináis que «al pan, pan y al madero… ¡pum!». Ya tenía ganas de pillar a alguien así. Me van a ascender a capitana, por lo menos. Se acabó el pasar días enteros pegada a una farola esperando encontrar pistas. Se acabó comer en el Bar Barie. Se acabaron los lavados de estómago. Se acabó el perderme los interesantes debates codificados sobre Economía que hacen en Canal Plus. Dios, si existe, ha tenido un detallazo conmigo. Hoy me ascienden, ¡fijo! Pero, en fin, no voy a cagarla ahora. Os voy a leer vuestros derechos. A ver si me acuerdo —musitó haciendo un duro ejercicio memorístico—. ¡Ah, sí! Tenéis derecho a un abogado. Si no tenéis abogado se os asignará uno de oficio o, en su defecto, un estudiante de tercero. Tenéis derecho a una llamada de teléfono interurbana, según las nuevas tarifas. Os aconsejo que ejerzáis este derecho a partir de las 22 horas, pues os saldrá más barato. También tenéis derecho a un mes de vacaciones veraniegas retribuidas y quince días, en idénticos términos, en Navidad. Si renunciáis a estos derechos será por decisión propia, sin que en esta influya el revólver con el que os estoy apuntando a vuestras partes pudendas. Creo que me he explicado bien. Ahora ya sabéis: separad las manos, levantad las piernas y cerrad los ojos. Tú, tío duro, esposa tu muñeca derecha a su tobillo izquierdo. Y tú, haz lo mismo que le he dicho a tu compinche —ordenó ella con la frialdad de un esquimal psicópata.
Cuando mi reloj sin pilas marcaba las seis y cuarto entraron a la comisaría. Paco y Rúper caminaban como mandriles en celo debido a la curiosa forma de la que iban esposados. La agente les dejó bajo la vigilancia atenta de un vendedor de cupones y se plantó ante la puerta de el despacho del oficial que estaba al mando de la comisaría. Golpeó enérgicamente con los nudillos el cristal y entró a informar a su superior.
—Señor, mi trabajo ha fructificado. He detenido a los asesinos más peligrosos del país. Sinceramente, creo que ellos son la ETA y, tal vez, también el IRA —aseguró.
—Bien hexo. Me sorprende custed, considerá po todos como la representasión de la inoperansia y la ineficasia, no se ofenda, es po su bien, haya detenío a una banda tan importante. Espero que no haya cometío ningún erró de caráxter legal u similá. ¿Les ha leído sus derexos? —preguntó el oficial.
—¡Sí, señor! No me he dejado ninguno.
—Bien, bien… amo a ve a esos cobardes sesinos. Seguro quellos se cargaron ar Hassam Tander.
—¿Por qué tiene tanto interés en el asesinato de aquél delincuente marroquí? —preguntó Lourdes devorada salvajemente por la duda.
—Ese mal bixo fue novio de mi hija. Nadie lo sabe porque esta hija de la que hablo la tuve con una joven de coló cuando mi esposa estaba en la mili. Un día, hartos de la vida de siudá, viajamo a África de safari. Allí, Hassam y mi hija se fueron a da una vuerta pa ve si veían a arguien conosido. Tre hora má tarde vorvía Hassam solo. Le pregunté po mi hija y me contestó kabían estao en una fiesta de una tribu de «carnavales» y kabían sio invitaos: él, en calidá de invitao y mi hija en calidá de primer plato. Si quieres que te diga la verdá, amiga Lourdes, yo no le creí ni una palabra. Es má, yo creo que se la samparon en esa bacanal fricana —confesó el policía entre sollozos y lágrimas mientras pelaba una cebolla para hacerse un zumo.
El oficial (¿ya imaginas de quién se trata?) y la agente salieron del despacho y se presentaron ante Rúper y Paco, los cuales estaban siendo cosidos a bastonazos por el vendedor de cupones.
—Esos dos son —señaló Lourdes Quiciada con satisfacción.
—Paco, Rupe, ¿Qué Coño hasen aquí? —gritó furibundo.
—¡¡¡Inspector!!! —contestaron ellos.
Después de pasar tres cuartos de hora dando explicaciones sobre el motivo de su detención, fueron liberados. La falsa prostituta pasó en escasos segundos de heroína a villana, para acabar de nuevo en la heroína (adicción que hoy está intentando dejar). El traslado de la agente a una oficina del DNI en Hong-Kong le destruyó psicológicamente. Primero sufrió el síndrome de «¿cuántos carnets piensas hacerte, guapo?». Poco después, unas bromas sobre Bruce Lee le costaron el puesto de trabajo y, a partir de entonces, comenzó su infernal singladura por el mundo de las drogas.
Pero sigamos con nuestra historia.
—La próxima vez que pretenda ligá utilise otro cuento para impresionarlas, ¿me oye, Rupe? —preguntó el inspector colérico.
—Sí, le oigo. Y créame, la próxima vez que nos veamos será para entregarle el asesino de Hassam.
—Mucho me temo que me retiraré antes de verlo. Tengo más fe en encontrar tres personas honradas en el Parlamento que en ustedes —reconoció Víctor Nillo secándose el sudor con el póster central del Playboy que acababa de sacar del bolsillo de su chaqueta.
Los periodistas se despidieron del inspector, de sus seres más queridos, de una medalla olímpica en baloncesto, de mí y de mi caballo, y regresaron, como con alma que lleva el diablo en un deportivo de potencia infernal, a la Plaza Patera.
Cuando llegaron les estaba esperando Chusti y su banda.
—No sé de dónde venís ni me importa lo menos máximo pues es vuestra vida. Sólo quiero advertiros que 3 CABRONES se celebra pasao mañana. Lo han adelantao porque se ha sabido que la policía ha infiltrao en arguna banda a dos topos. Por consiguiente (¿dónde narices he oído eso?) mañana supervisaremos nuestro plan. A las diez nos veremos todos en la Tasca Gao. Esta noche, por sé víspera de la víspera del 3 CABRONES nos acostaremos pronto, aunque ello suponga quedarnos sin vé la película verde de la semana. Espero que este enorme sacrificio nos sirva para argo útil, ¡cojones! —concluyó Chusti.
—De acuerdo, tío. Nos vemos mañana —contestó Paco abriéndose para su piso.
—Llegad pronto si queréis seguí vivos. No soportaría que os rajarais. Ya le he dicho a todos que, el que no esté a la hora H en la Tasca, será castrado y obligado a tragarse todas las intervenciones televisivas de Jesús Gil —advirtió el punk.
—Creo que te has pasado de la raya. Lo de la castración, tira, un día es un día, pero lo otro viola los Acuerdos de Ginebra. Ni Hitler llegaría a tanto y eso que era un elemento de cuidado. Además, si Amnistía Internacional se enterase de la existencia de semejante tortura psico-degenerativa se nos echaría encima —avisó Rúper.
—Creo que este pardillo tiene razón —reconoció Esther Nocleido +Toideo—. Yo optaría por obligar al que llegue tarde mañana a ver todo el material televisivo llegado de Venezuela y, de postre, la serie Santa Bárbara enterita.
—¡Interesante proposición! ¿Cómo no se me había ocurrío a mí antes? Ahora sí que estoy convencío de que eres la mujé de mi vida —murmuró Chusti cogiéndola de la mano y desapareciendo con ella por el parque.
El grupo se dispersó como metralla en una explosión. Rúper alcanzó a Paco y le comentó sus impresiones sobre sus «coleguillas».
—Te lo juro, yo no veo salida. El Chusti tiene menos porvenir que el sastre de Paco Clavel haciendo trajes de Boda. Sólo hay que verlo; tiene una banda de casi veinte tíos y sueña con dominar el país y robar todo lo que se le antoje sin presentar su candidatura como suele hacerse.
—Es su problema. Si quiere pasar de la mayoría a mí no me preocupa. De hecho, todos pasan. Pero lo que hemos venido a hacer aquí es encontrar a un asesino, no a un revolucionario. Además, a Chusti lo trincarán cualquier día y ya veremos qué hace—
—Espero que mañana podamos averiguar algo nuevo. Este barrio me aterra. Desde que hemos llegado no tengo paz interior. Me da miedo pensar que nos pueden descubrir en cualquier momento. No puedo dormir por las noches y estoy hecho un manojo de nervios. Por si fuera poco, lo único que se me levanta es esta cresta de colores. La verdad es que estoy más frustrado que un exhibicionista en una playa nudista —confesó Rúper pisándose la moral que le escasa quedaba.
—No tenemos por qué preocuparnos de nada. Si nos descubren nos matarán y poco más. Antes de darnos cuenta ya estaríamos descuartizados y nuestros ojos serían ofrecidos a los cuervos para que picoteasen un poco. O sea, que no es para tanto.
—Gracias, Paco, ¡amigo! —exclamó Rúper abrazándole—. Tú sí que sabes como animar a alguien. Me has quitado el miedo al dolor y esas chorradas que llevaba dentro. No sé cómo podría pagártelo —añadió apropiándose de mi cinismo.
Después de mantener este impresionante diálogo, que no dudo que me será plagiado por numerosos escritores de renombre para incluirlo en cientos de novelas y obras de teatro, entraron a su piso okupado. Después se pusieron el pijama que no tenían y adoptaron la horizontalidad en espera de que el sol matutino les despertase. Era muy pronto para acostarse, pero ya sabían que el que no fuera puntual al día siguiente podía acabar de niño cantor en Viena.
Mientras tanto la vida seguía. En el exterior paseaban cientos de personas por la Plaza Patera. Bueno, en verdad eran doce personas, pero, eso sí, muy nerviosas. Alrededor de ellas circulaba un vehículo a gran velocidad, que había sido prestado involuntariamente por algún ciudadano a los cuatro delincuentes adolescentes que fumaban en su interior. Los mocosos le arrancaron cuatro derrapes impresionantes, así como los dos espejos retrovisores, los asientos deportivos y algunas piezas del motor.
Y, por fin, llegó la calma. Cesó el ruido. El manto negro de la noche cayó sobre la ciudad. El escandaloso silencio perforó los oídos de los habitantes del barrio. El dulce canto de las urracas rompía, de vez en cuando, la monotonía. La gente consumía la noche como podía:
- en la disco de moda,
- en las calles privando y cantando «Clavelitos» con tres litros de J.B. en el cuerpo,
- llamando a todos los patios y diciendo después: «propaganda»,
- durmiendo, o intentándolo, en la cama,
- estudiando (se han dado casos, ¡os lo juro!),
- revolcándose en la playa con una birra en la mano,
- practicando el sexo con alguna persona conocida el día anterior,
- practicando el sexo con su pareja estable (pues de todo hay en la viña del Señor), y
- con otras actividades (un 2%).
¿Te ha parecido largo el capítulo?
Si tu respuesta es negativa por favor, no lo tomes a mal,
pero deberías hacerte una revisión psiquiátrica
(a lo mejor tu caso no es irreversible).
Si te ha parecido corto y, además, estás deseando leer más…
lo siento, estás al borde de la muerte cerebral.