Capítulo 09

Donde se cuenta lo que me da la gana.

Como cada nuevo día el sol salió a primera hora de la mañana. Rúper y Paco dormían a pierna suelta cuando el luminoso poder del gran astro les despertó. A continuación se vistieron lentamente, pero sin pausa. Cuando ya estaban enfundados en sus ropas, bajaron a un bar cercano para tomar un desayuno ligero. Allí hicieron boca con café, tostadas, huevos fritos, dos platos de paella, patatas fritas, una pierna de cordero y un tazón de cereales, o sea, lo justo para aguantar sin hambre hasta la hora del almuerzo.

Alimentados y bebidos, salieron del bar para coger el autobús que debía dejarles en la Plaza Patera. Al llegar, coincidieron con Chusti y los suyos en la puerta de la Tasca Gao. Rúper y Paco saludaron a la peña y todos se metieron en el antro.

El cabecilla de la banda, Chusti, sacó un trozo de papel de aluminio y, leyéndolo, pasó lista desde el primero hasta el último.

—Veamos. Ángel Atina, Esther Nocleido +Toideo, Ramón Tonero, Jacobo Nito del Norte, Quique Mado, Jaime Tadona, Javier Nestrece, Rafa Ruco…

—Por ahí venir Aníbal. Y ése que venir a su lado ser… ¡no puede ser!… ser Jesús Tomás Dado —exclamó John Ganiza con incredulidad.

En un plisplas recordaron el plan previsto para el congreso de bandas, repasaron el discurso de Chusti y saludaron a los recién llegados. Tras esto, almorzaron, bebieron birra y fumaron unos canutos. Por último, sincronizaron todos sus relojes de sol y, antes de irse cada uno por su lado y yo por el que me dio la gana, fijaron las cuatro o’clock (o sea, y media) como referencia temporal para reunirse de nuevo en la puerta de la tasca y marchar juntos hacia la reunión anual.

Los dos periodistas aprovecharon ese tiempo vacío para hacer testamento, lanzar huevos a la gente, leer un libro de poesía escrito por Pepe Legrá, y hacer todas esas actividades que hay que realizar antes de espicharla como montar en globo, subir a caballo y… —no, eso ya no—.

Pero el tiempo es inexorable. La hora H, por decir alguna, había llegado según indicaba la sombra del clavo que tenía Paco en la muñeca derecha a modo de reloj de sol.

La banda punk, compuesta por la totalidad de sus miembros y con alguna ausencia destacable, partió hacia al punto de encuentro.

A las cinco y media, hora oficial en Uganda, se inició la reunión. Lo normal y tradicional, era que hablara el portavoz de cada banda durante diez o cincuenta minutos y, luego, esperase a que le correspondiese de nuevo hablar para replicar a todos aquéllos portavoces de otras bandas que hubieran osado rebatir sus ideas. Gracias a este sofisticado método americano (conocido como «T to K») podían conocerse las opiniones de todos los jefes sin que aquéllas fueran aplastadas por las de otro jefe dotado de una garganta más poderosa.

El primero en hablar fue, sorprendentemente, Jesús Puente.

—Vamos a darle este mensaje de amor a Celedonio que, según me han dicho, está por aquí. Por favor, Celedonio, sal a ver el mensaje…

El presentador de televisión se puso las gafas para saludar a Celedonio y, al comprobar que aquello no era el partido de baloncesto en el cual debía estar el susodicho Celedonio, puso pies en polvorosa y tierra de por medio. A las palabras del casual anfitrión le sucedieron las de Dionisio Sánchez, el cual mantuvo atenta a la concurrencia hablando de las noches tórridas y húmedas de Río de Janeiro.

Por fin subió al púlpito el primer jefe de una banda con peso específico en la ciudad: Armando Jaleo, cabecilla de los skin-heads de la Plaza Patera y alrededores. El primer tema que tocó fue el de la triste desaparición de museos y bibliotecas públicas. Poco a poco fue relacionando este tema y sus causas con la proliferación de ciudadanos marroquíes en las costas levantinas. Finalmente, para no defraudar a su parroquia fascista, acabó pidiendo la depuración de la raza, el exterminio de las demás etnias, el aborto obligatorio en ciertos países y algunas barbaridades más.

Por la mente de Rúper y Paco pasó la idea de que, quizás, habían encontrado al asesino de Hassam. «No fue por dinero, sino por xenofobia», pensaron. No había ninguna prueba, excepto sus propias palabras, que demostrase que Armando Jaleo fue el autor material del asesinato de Hassam. No obstante, deberían tener muy presente al skin a la hora de elaborar una lista de sospechosos.

Después del fascista hablaron otros jefes y jefas. Destacó especialmente Pilar Mónica de Berlín, una joven alemana con padres españoles, que estaba al frente de la Asociación de Amigos del LSD. Durante su turno mantuvo una entretenida conversación con Papá Pitufo, Copito de Nieve y los hombres de Harrison.

El tiempo pasaba y la mayoría de los líderes no supieron estar a la altura del acontecimiento, lo cual hizo insoportable el acto por momentos. Por fin, en medio del sopor y el hastío de los presentes, le tocó el turno a Chusti. Os dejo con sus palabras mientras voy a hacer algo urgente (creo que la fabada me ha sentado mal).

«Escuchá, tronkos. Ha llegao el momento de que nos unamos tos y tomemos la ciudad. Ha llegao nuestro momento. Ha llegao el momento de acabá con la represión: venga de donde venga. Hay que eliminá a los opresores: picolos, maderos, zapatos de una talla menos, etc. Hay que hacé que este país dé oportunidades a todos de se lo que quieran se, sin que el dinero les impida alcanzá sus sueños. Para ello, deberíamos empezá tirando a los emigrantes de nuestras calles, para que no nos quiten oportunidades. Después de solucioná el «problema exterior» iremos a por el interior, o sea, los individuos con puro, corbata, maletín, amante mecanógrafa y todo eso…»

¡Me he quedado como nuevo! Bien, sigamos. Las palabras de Chusti provocaron las primeras discusiones serias entre los asistentes. Al Jefe de Policía, que estaba viendo el acto secreto y clandestino por la tele, no le hicieron gracia los comentarios de Chusti, pues su mujer era mecanógrafa y, por vigésimo segundo día consecutivo, no iba a volver a casa a cenar a causa del trabajo acumulado que tenía en la oficina.

Como suele suceder en este tipo de actos benéficos, todo acabó en una monumental pelea, que podía haber sido mayor en caso de intervenir en ella más gente, —¿alguien piensa lo contrario?—. Sobre media hora más tarde se puso fin a la violenta situación con la detención de trece policías «secretas», el mayordomo de un barrendero que conocía a uno que era primo de un amigo del tío del portero de la finca donde vivía el jardinero del Palacio de la Moncloa, un sacerdote apóstata y once japoneses que tomaban fotos del baño de sangre como si tal cosa.

Paco y Rúper aprovecharon el altercado para confeccionar una lista de los principales sospechosos y un suéter de lana para el próximo invierno.

He aquí la susodicha lista tal cual la elaboraron:

1 Armando Jaleo: por su odio innato a las demás razas.

2 Chusti Ziero: tangado por Hassam en mogollón de ocasiones.

3 El inspector Nillo: perdió una hija por culpa de Hassam.

4 Aníbal Neario: por quedarse con todo el dinero que había ganado con el interfecto.

5 Paul Vete: Hassam le quitó la novia, el reloj y unas lentillas opacas.

6 Dolores Despalda: Hassam la usaba de correo para pasar el costo culero por el estrecho. Todo fue bien hasta que Hassam se empeñó en pasar un cargamento de veinte quilos en un sólo viaje.

7 Petra Fikante: Hassam le quitó la clientela.

8 Sebas Tardo: Hassam le robó, obteniendo cien años de perdón.9 Cristina Almeida: Hassam era machista.

10 Agustín Toreto: Hassam hizo una red de tenis con la capota de su Golf.

11 Felipe González: como gobernante debe asumir su culpa, ¿no?

La lista anterior pudo ser confeccionada gracias a las pesquisas de Paco y Rúper , en un capítulo que he extraviado, y los informes de la policía militar suiza sobre las actividades ilegales de Hassam, que le inspector les había facilitado.

Con el respaldo de la bofia y el de Chusti y Aníbal, los dos periodistas comenzaron en serio la investigación aquella misma tarde. era el momento ideal, pues la mayoría de los sospechosos estaban en aquella inmensa explanada. Sólo había que localizarlos e intentarles sacar toda la información de Hassam que pudieran. Y, como no podía ser de otro modo, el primer sospechoso entrevistado (o investigado) fue Armando Jaleo.

—¿Si odiaba a Hassam? ¡Claro que lo odiaba! ¿no os habéis fijado en el color de su piel? —preguntó dando casi por obvio que los demás también participaban de sus abyectos sentimientos xenófobos.

—Lo odiabas lo bastante como para cargártelo, ¿verdad? —inquirió Paco.

—Pues sí, ¿para qué nos vamos a engañar? Pero yo no lo maté. Ni siquiera estaba en la ciudad el día que se lo cargaron.

—¿Y dónde estabas? —preguntó un lector desesperado.

—Estaba meditando en la costa manchega, al lado de Mallorca.

—¿Te vio alguien? Dicho más claro… ¿alguien te vio? —apretó Rúper viendo que lo tenían acorralado y sin coartada.

—No. La verdad es que no va mucha gente por la zona. Yo creo que es porque no es muy conocida aún. Por eso voy a meditar allí. Pero ¿por qué mostráis tanto interés por ese bicho? ¿Acaso erais sus amigos? —indagó el skin-head blandiendo un machete como el que le atravesó la espalda a Hassam.

—Veo que estás ocupado. Ya nos veremos —dijo Rúper despidiéndose y saliendo disparado junto a su compañero.

Los periodistas se sentaron bajo un árbol, desde el cual se podía ver la parte noreste de la ciudad: las fincas de la Plaza Patera, el Chema Tanzas, el sex-shop «Pili la Gorda» situado en la calle de mismo nombre y allá, a lo lejos, la comisaría 69.

Paco y Rúper no repararon en la maravillosa vista que tenían ante ellos. Su atención estaba centrada en el caso, y sólo en él.

—Ya hemos hablado con uno. Debemos hablar con los demás sospechosos. Creo que Armando es inocente. No sé, no le veo capaz de tanto —murmuró Rúper mientras el skin a veinte metros de ellos golpeaba con un bate a un cobrador del frac.

Un minuto, o tal vez cuarenta, después se abrieron a la Tasca Gao y se sentaron frente al televisor para pensar,

—Mira, ahí está Chusti. Vamos a por él —sugirió Paco.

El punk, que estaba en la barra con una birra, les vio y se acercó hasta donde estaban. Se sentó con ellos e intentó recuperar el ritmo de la respiración. Sus colegas fueron llegando y siguiendo su ejemplo. Algunos presentaban heridas, otros armas.

—Ha sido la mejó pelea de mi vida, coleguitas. Ha habío más «otias» que en la Misa del Gallo de Pekín. Aún tengo el corazón a doscientos por hora. Y vosotros… ¿qué? Ya veo que no os han tocao un pelo. Debéis sé muy güenos peleando o unos auténticos cobardes…

—Déjales, tío. No te metas con ellos. Su debé era investigá quién tiene mi pasta. Y bien, ¿qué habéis averiguao? —preguntó Aníbal interesado.

—Tenemos varios sospechosos. De momento hemos hablado con uno y no hemos sacado mucho. De todas formas creo que vamos a resolver esto pronto. Ahora vamos a interrogar a todos los sospechosos —explicó Paco haciendo el pino.

—¡De que te cagas! —reconoció Chusti.

—¿Dónde estuviste el día que murió Hassam, Chus?

—Sí, eso. ¿Ande estuviste? Testuve buscando to er día para pedirte la recortada. Ar final, tuvimo que dá er palo con un paraguas bajo una manta —explicó Mark Tini Bianco, antaño madero.

—Parece mentira que dudéis de mí. Estuve todo el día con un coleguita de la guardería de la trena. Hacía más de veinte años que no nos veíamos.

—¿Y dónde está ahora? —inquirió Paco.

—¡Y yo que sé! Me lo encontré de casualidad. Además, no lo he vuelto a ve.

—Bien, pero tu colega al menos debe tener un nombre. ¿Qué nombre es? Repito la pregunta. ¿Qué nombre es? Tenéis un minuto. El tiempo empieza ¡¡¡ya!!! —gritó emocionado Emilio Aragón que, por aquella época, podías verlo en todos lados (por lo cual no me extrañó verlo en la Tasca Gao).

—No sé su nombre. Yo le llamaba colega y él a mí también.

—Lo cual no deja de ser una pista valiosa para reconocerlo —comentó Paco convencido de lo que decía—. Sólo hay que buscar hasta que pillemos a uno que diga «colega».

—Tú estás tonto, colega —reconocí avergonzado del personaje que había creado.

El reportero gráfico le susurró a su compañero al oído: «El asesino es el autor. Ha dicho «colega». ¿Te das cuen? «. Rúper le puso un ojo a la funerala y siguió el interrogatorio de Chusti.

—¿Qué aspecto tenía? ¡¡Tiempo!! —bramó Emilio Aragón volviendo a la carga.

—Pues no lo sé. Es que como llevaba melena nunca le vi la cara.

Poco después Emilio Aragón abandonó la Tasca Gao, subió en su vehículo importado y desapareció entre las calles. Paco y Rúper ya habían interrogado a dos sospechosos y ninguno parecía decir la verdad. ¿Por qué? Cualquiera de los dos, Armando o Chusti, podría haberse encargado de la mudanza de Hassam al otro barrio.

—Bueno coleguillas, creo que debemos seguir con los demás sospechosos. El siguiente es un sujeto que no conocéis. Nos vamos a verlo ahora y ya os contaremos lo que averigüemos —dijo Rúper.

—Más vale que eso sea pronto. Quiero descubrí ar canalla que tiene las pelas cuanto antes —añadió Aníbal Neario.

Los periodistas pusieron pies en polvorosa y agua en las macetas y se dirigieron a la busca y captura del tercero en discordia: el inspector Víctor Nillo.

Nada más llegar al despacho del policía, éste le recibió con lágrimas en los ojos y malas noticias.

—¿Saben que ha acabado «Santa Bárbara»?

—¡Ya era hora! —respondió Paco haciendo la voltereta lateral.

—¡Calle, insensato!, ¿qué sabrá uted de todas estas superproduxiones para la televisión? —le recriminó el oficial.

—Tranquilo, inspector. El lunes empiezan dos series más de Carlos Matas y Catherine Fulop. Creo que se llama «Los ricos siguen llorando» —bromeó Rúper.

Al inspector se le iluminaron los dos ojos, el bueno y el de cristal. Con la moral recuperada señaló con el garfio a un individuo que estaba sentado en una oficina al lado de su despacho.

—¿Ven a ése? E nuestro mejó hombre y, aunque e má vago cun Diputado, estoy seguro que si ér llevara er caso lo habría resuerto hace años y no como utedes.

—Pues encárgueselo a él —replicó Paco.

—No vuerva a hablarme asín u larranco er píloro a mordiscos. Y ahora díganme qué han averiguado hasta ahora —solicitó el inspector apoyando la pierna ortopédica en la mesa.

—Pues bien, señor. Sabemos lo de su hija, la que fue devorada por unos caníbales amigos de Hassam. Lo cual es motivo más que suficiente para que usted pueda ser considerado sospechoso de la muerte del cantante.

—¡Vaya!, no puedo contarle ná a mis agentes. Pero eso no les da derexo a cusarme. ¿Con quién se cree qué está hablando, palurdo?

—Tranquilo, inspector. No nos lo ha contado ningún agente suyo, sino el Doctor César Magister, un profesor nativo de latín que le conoce a usted. También nos ha contado su lío de faldas con un gaitero escocés… —aclaró Rúper.

—Yo estaba borraxo y ér no me avisó de que era un hombre. Pero eso é agua pasá.

Paco se llevó la mano a la boca y después de varias arcadas vomitó el desayuno encima de la alfombra india del inspector, al cual, por ciero, no le hizo gracia lo sucedido, lo cual quedó patente cuando el inspector apuntó con su Magnum al periodista y le obligó a digerir de nuevo el desayuno con una pajita.

—Tiene usted la mirada de un asesino. Sinceramente, creo que de no estar yo delante se hubiera cargado a mi compañero por mancharle una alfombra normalilla. Imagino que por una hija hubiera llegado más lejos, así pues confiese. ¿Por qué mató a Hassam? ¿Por su hija? ¿Por su forma de ser? ¿Acaso sabe cómo era Hassam?…

—¿Que si sé cómo era Hassam? Mire, le voy a desí cómo era. Hassam era un dividuo astuto como er diablo, sibilino como Dios, discreto como er hombre invisible y dotado de una facilidad pa regateá disna de Di Stefano. Recuerdo que fue mi primé arresto. Lo trinqué con tré toneladas de jaco, dó maletas llenas duranio y un saco de haxís. Er Fiscar pidió cadena perpetua para ér. Pos bien, er moro rehusó de su derexo a un abogado y se defendió ér solo. Fue condenao a seis horas darresto menó. A la hora y cuarto fue puesto en libertax por güen comportamiento. Ademá le vendió ar Fiscar un televisó robao, que era der Juez, y a éste úrtimo le vendió seis gramos de speed, y eso que éste Juez era má duro que er Farcone.

—¡No joda! (Bueno, al menos sin gomita). Si parecía tan inocente cuando estaba muerto. No puedo imaginar cómo alguien así ha podido acabar en la calle muerto y no en el mundo de la política. Hubiera sido un magnífico Ministro de Exteriores —lamenté.

—En efesto, amigo autó. Hassam era un malaje, un estafadó, un chulo de…, un traficante de drogas y armas de armas tomá, varga la redundansia, un tratante de brancas, un… un tío inteligente que si hubiera tomao er camino der bien Teresa de Carcuta paresería er Anticristo a su lao. Pero ér prefirió er mal y me robó una hija y un relox nuevo.

—Nos hemos enterado que a usted lo de su hija le dolió y estuvo mucho tiempo deprimido. Y lo del reloj de oro le remató. ¿Es verdad? —preguntó un lector metiéndose de lleno en la novela.

—Pues sí, amigo. De hexo estuve pensando en er suisidio, pero a mí eso de cargarme a un suiso asín por las güenas me parese una barbaridás.

—Sin embargo no tuvo reparos en votar a Ruiz Mateos para presidente del Gobierno. Dicho más claro, ¿qué nos oculta, amigo inspector? —inquirió el lector con afán de protagonismo.

—Yo no ocurto nada, amigo —contestó el policía con un deje de psicópata en lo de «amigo»—. Pero ¿qué clase de lestores plastas se meten en esta novela?

—Es lo malo de las novelas interactivas virtuales como ésta —reconocí con modestia.

—Vamos a ver. Díganos, antes de que suene la sirena:

a) ¿Dónde estaba usted a la hora del crimen?

b) ¿Con quién estaba?

c) ¿Dónde ha comprado esa corbata? y

d) ¿Qué hora es?

—Estaba dirigiéndome ar trabajo, o sea, hacia aquí, y, por consiguiente, estaba solo. La corbata la compré en las rebajas de julio y no sé pá qué quiere saber la hora si cambia constantemente.

Paco al oír las respuestas no pudo aguantar más y saltó. Se hizo un metro sesenta (buena marca). Después atacó:

—Con el debido respeto, MIENTE USTED COMO PINOCHO. Usted hace más de medio año que se quedó sin coche y, por si fuera poco, no lleva nunca reloj.

—¿Y eso nos lleva a…

—Nos lleva, amigos, a que usted, inspector compró la corbata en las rebajas de enero, pues en julio no hay rebajas. Y, además, no estaba rebajada, ya que tuvo que empeñar el reloj y el coche para pagarla. La he reconocido en seguida. Es la «Carrascal Faiz» —»Carrascal Cinco», en inglés— con diseño de Luis Aguilé.

—¡Maldito petimetre! Me ha descubierto. Es la «Faiz»: Seda, argodón y fibra de vidrio a partes iguale. El doló po habedme desprendío de mi Simca Mil y mi Rólex es un precio pequeño que he tenío que pagá para podé tené la satisfaxión de lusí esta maravilla —confesó orgulloso.

Rúper anotó varias cosas en su agenda de bolsillo. Tenía la cara del típico crío repelente empollón que lo sabe todo. El típico crío que confiesa a sus padres que los Reyes Magos no existen antes de cumplir los tres años. Pero Paco era otro cantar. Su rostro reflejaba inseguridad, duda, inquietud, ignorancia, desconocimiento, falta de datos, no sé cómo decirlo. El reportero gráfico desconfiaba ya hasta de su sombra. En su mente se enfrentaban terribles ideas sobre la identidad del asesino. De hecho había llegado a pensar que el asesino era usted, amigo lector, usted.

Rúper acabó sus anotaciones y miró durante unas milésimas fijamente al inspector. Anotó dos frases más y abandonó el despacho. Paco también clavó su mirada, pero no en el policía sino en el póster de Pamela Anderson, y se marchó diez minutos después con la baba llegándole al ombligo. En la calle se reunieron de nuevo los dos punkis de postal y se dirigieron a su piso en el centro de la ciudad.

Las neuronas de nuestros dos personajes trabajaban frenéticamente. Ninguno de los sospechosos tenía una coartada mínimamente consistente. Lo único que tenían era motivos que pudieran inducirles a cometer el asesinato, lo cual no justificaba el acto criminal, ya que nada puede justificar un asesinato. Entonces… ¿qué pasa? ¿Estaban como al comienzo? Evidentemente no. Rúper había tomado unas cuantas notas sobre el caso y, aunque él no era Einstein, poseía una inteligencia sobradamente capaz para extraer conclusiones claras sobre cada uno de los sospechosos. Lo que pasa es que soy yo el que maneja el cotarro y si les dejara resolver el caso no podría participar con esta obra magna en ningún concurso literario por falta de páginas —suelen pedir un mínimo de cien—. Por ende, vamos a complicar en los capítulos el caso un poco más a fin de evitar una pronta resolución del primer caso de asesinato tratado en este gran clásico de la Literatura Basura de Consumo —un género que aunque parezca que ha sido creado por mi no es así, ya que a él han contribuido conocidas caras televisivas con algún que otro aborto (en sentido cariñoso) literario.

Así pues, una vez puestos los puntos sobre las íes, continuamos con esta degeneración de las letras convertida en obra artística de culto.

Paco y Rúper cenaron dos pizzas congeladas y se acostaron con la esperanza de que el día siguiente (mañana en ese momento, ayer si lo lees dos días después) no llegase nunca.

Y bueno, éste es el final de otro apasionante capítulo. Claro, conciso, lenguaje transparente, expresiones cuidadas, en definitiva, un final que te cagas. No desesperes, mañana habrá más.

 
Y bien, desesperado lector, ¿aún no te imaginas quién es el asesino?
Sinceramente, empiezas a preocuparme.
Deberías empezar a cuidarte más.
Haz deporte, gimnasia o algo así.
Y espabila, que no va a venir Colombo a resolver este caso apasionante por ti.
A propósito, si se te ocurre un final para esta gran historia
escríbeme, por favor.

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