Capítulo 13

Donde se siguen contando cosas

¡Riiiinnngg! ¡Riiinnng! ¡Riiing! ¡Pouchhh! Un despertador menos. Como habréis imaginado amanece otro nuevo día. Rúper y Paco abren lentamente los ojos mientras estiran sus brazos como queriendo tocar el techo desde la cama. Es algo así como Raphael bailando break-dance.


Por fin pasean sus cuerpos hasta el cuarto de baño. Empapan sus caras. Peinan sus crestas. Preparan un café, pero lo desprecian al ver que huele un poco mal.


—Este café debe ser de cuando Rafaela Aparicio aprendía a andar. Mejor ir a un bareto a tomar algo más decente —sugirió Paco.


Antes de que las palabras del periodista hubieran salido de su boca, su compañero ya estaba en la puerta esperando. Después de bajar las escaleras pegando volteretas, se fueron al Bar Bazul. El dueño, Iñigo Teras, limpió una mesa y les indicó que se sentaran. A continuación se metió detrás de la barra. Parecía mirarles con desconfianza. En realidad no desconfiaba de ellos sino que era tuerto.


Rúper levantó la mano para llamar la atención de aquel. Iñigo le vio y finalmente se acercó.


—¡Buenas! ¿Tiene café del tiempo?


—Sí —contestó el propietario del garito.


—Pues tráigame un Saimaza del setenta y dos.


—¿Y para usted?


Paco dudó unos instantes. Por fin se decidió y pidió un sándwich de caracoles y para beber un zumo de nueces. Cuando regresó el camarero con el pedido, Rúper le enseñó una foto del periódico en la que aparecía el inspector Nillo.


—¿Le suena su cara?


—Claro que me suena. Es familiar mío. Pero hace meses que no le veo. Desde que le gané cien mil pesetas al Siete y medio, no ha aparecido por aquí —explicó el camarero.


—Pues yo tenía entendido que solía venir aquí a tomar paella —apuntó Rúper.


—¿Paella? La última vez que tomé paella con él, le gané setenta mil pesetas apostando. Nos jugamos a ver quién sacaba la mano más tarde del caldero. Por desgracia era una paella de pescado y como el pescado lo pillábamos en el Saler…


—¿No estaba fresco? —preguntó Paco íntrigadísimo.


—¿¿Fresco??, ¡ya lo creo que lo estaba! Emergió del caldo un escualo de metro y medio que casi le arranca los dedos de la mano derecha.. Entonces él sacó la mano y yo gané. Estoy seguro que ese bicho era el mismo escualo que mordió al médico aquel en esa playa.


Al concluir su explicación, el camarero se fue a atender a dos impresionantes pelirrojas. Paco y Rúper tras examinar los contornos de las jóvenes se secaron la baba y devoraron sus desayunos. Tras esto, Paco se acercó a una de las tigresas y le susurró varias frases al oído. Yo tenía unas ganas terribles de orinar, por lo que sólo pude captar parte de la escena.


—Hoy he visto mi guía urbana y no estabas tú. Me sorprende. Creí que ahí figuraban todos los monumentos.


—Yo estuve en Lepe el mes pasado. Creí que ahí estaban todos los tontos. Veo que los dos nos equivocamos —respondía la joven mientras acariciaba su cabello con un tenedor untado de mermelada.


Cuando Paco entendió que ella no tenía ningún interés en él, resolvió salir del bar y volver a la Plaza Patera a investigar. Rúper, que siempre había sido en estas cosas mejor que su amigo, consiguió el número de teléfono de la otra pelirroja. La verdad es que el que más suerte tuvo fui yo. Cuando se enteraron de que era el autor no dudaron en darme sus números e incluso, sus medidas. Alguna ventaja debía tener hacer esta novela.


Pero sigamos.


Paco y Rúper regresaron a la Plaza Patera en un pispas. Nada más poner los tacones en ella vieron un tumulto de gente delante del patio de Armando Jaleo. Entre la jauría humana resaltaban las crestas de Chusti y su basca.


—¿Qué Pasa, Chus? ¿Qué es esta historia? —pregunté fingiendo no tener ni idea de los hechos.


—Nada grave. Creo que Armando la ha espichado.


En medio del gentio aparecieron tres tipos altos y fornidos. Por un momento pensamos que iban a repartir propaganda de algún gimnasio. No era así. La gente empezó a especular sobre la identidad de éstos hasta que me decidí a descubrir la verdad.


—¡Perdón! ¿Es usted policía secreta?


—¡Aaah! —respondió encogiendo los hombros al tiempo que abría los brazos.   


Deducí que sí que era. Los tres tipos entraron al patio de Armando con intención de impedir la entrada de los que ahí nos congregábamos. Apenas habían pasado diez minutos cuando llegaron dos coches de policía, una moto de la Pizzeria Morgana —abierta toda la semana— y la furgoneta de Atestados.


El inspector Nillo, el doctor Quemada y diez agentes más, bajaron del Seiscientos del oficial. Como por arte de magia, Chus y los suyos desaparecieron del lugar. Solamente los periodistas y quince japoneses, con sus correspondientes dieciocho cámaras fotográficas, seguían en la Plaza.


Víctor Nillo vi6 a Rúper y Paco y les llamó.


—¡Ustedes dos. Suban con nosotros!


—Pero inspector, nosotros no sabemos nada.


—Pues tiene suerte, amigo. Precisamente ahora dispone de una oportunidad única. Por seiscientas mil pesetas dispondrá de la mayor fuente de información del mundo. Son quinientos manejables tomos. Trece mil ilustraciones. Doscientos mapas a todo color. Encuadernación de lujo en papel reciclable y terciopelo. Y a pagar en cómodos plazos de…. ¡aaagghhht!


Si, amigo lector. La invasión de vendedores de enciclopedias empieza a ser un asunto tan importante como la unificación económica europea, el agujero de la capa de ozono o el aumento del racismo entre los perros. Por fortuna, para la población, este vendedor iba desprovisto de sus lentes de contacto. Esto motiv6 que no viera como una excavadora hacía marcha atrás en dirección hacia él. Pero la vida continúa…


Paco, Rúper, el inspector, el doctor Quemada y el resto de policías subieron las escaleras que les conducían a la morada de Armando. Mientras tanto una ambulancia se llevaba el aplanado cuerpo del vendedor.


El doctor Quemada, fumador empedernido, encendió un puro y se acercó a un bulto cubierto por una manta que yacía en el suelo. Un agente quitó la manta. El forense se inclinó al lado del criador de malvas y comenzó a examinarlo. Calculo que pasaron treinta y un minutos hasta que se decidió a dar su primer dictamen.


—Vean, caballeros. Tiene ceniza en el cuello y en la camiseta. Podemos asegurar que alguien le ha intentado prender fuego. Seguramente nos enfrentamos a algún pirómano estival ocioso.


—¡Vaya! —dijo el inspector—. Yo pensaba que la ceniza provenía del caxo puro que está fumando y con er que nos está atufando a tos.


El forense miró al inspector y a su mano derecha. En efecto. La ceniza del puro era igual que la del cadáver. «Dios mío. No existe el asesino de la ceniza. Aquel tipo, Boris Tóteles, decía la verdad y lo ejecutaron el mes pasado —pensó al darse cuenta de su error.


Sin desanimarse ni un ápice, al menos aparentemente, continuó con su exhaustivo análisis. De golpe y porrazo, las pupilas del doctor Quemada adquirieron un brillo tal que nos obligó a incrustamos las gafas de sol en la cara.


—¡Señores, caso resuelto! —sentenció. Este tipo ha muerto a consecuencia de una picadura de escorpión africano. Seguramente fue en la playa. pues lleva arena por los pies y un erizo de mar en la punta de la nariz.


—Bien dicho, doctor. Todos los demás pensábamos que había muerto por la hemorragia que le podía haber causado el machete de la espalda —reconoció el irónico Quique Vedo.


—Tal vez usted tenga razón. Yo de esto no tengo ni idea y nunca la he tenido —confesó el doctor Quemada.


—Pero… usted es forense, ¿verdad? —pregunté.


—A mí me llamaban forense porque vigilaba el foro del Teatro Glodita pero de medicina, ni puta idea. Lo que pasa es que el carnet del PSÓE me ha abierto muchas puertas y una de ellas fue la de forense de la policía. A mí este trabajo no me gustaba pero como cobraba más que en el teatro, acepté el puesto —explicó el «doctor», si es que lo era, Quemada.


—¡Agente Norio!, llévese a este mamarraxo de médico inmediatamente. ¡Rupe, Paco, les suena ese cuxillo?


—Por supuesto, inspector. Sin duda es idéntico a los otros. Ya van tres víctimas entonces. A saber: Hassam, Paul, Armando y posiblemente Kennedy.


En medio del hedor que flotaba en el recinto, apareció el Juez Tornudo. Al momento ordenó el levantamiento del cadáver y la toma de algunas fotos del mismo. Después de ser cumplidas sus órdenes, se marcharon ipso-facto a la comisara.


En el despacho del inspector Nillo se reunieron cuatro agentes, los dos periodistas, el juez, dos prostitutas y el propio inspector. En la mesa de este último habían varias notas urgentes. Víctor Nillo las cogió y las revisó.


—¡Atensión, tos! Aquí tengo los úrtimos asertijos der sesino de los videntes. A ver si los resorvemos y lo pringamos duna vez. Ahí va er primero. «¿Quién puede saber más, un político con siete masters o un vil serdo?».


La duda navegaba por los cerebros inundados de ignorancia hasta que Rúper sonrió, pegó un gran salto y se abrió la cabeza con la lámpara del despacho.


—¡Lo sé, lo sé! Sabe más el cerdo si está bien curado y condimentado.


—¡Coño!, ¡es verdat! ¡Magnífico! Ahora la siguiente. «Quiero lavá a mi hijo, que es retrasao mental, y a la vez curarlo… ¿qué xampú puedo usá?».


La ineptitud alardeaba de la cantidad de pretendientes que tenía en esa habitación hasta que una prostituta se puso de pie.


—No se cansen. Yo lo sé. Debe usar «Vidal Sassum», porque con «Vidal Sassum» lavar y listo.


—¡Sierto! Sólo queda una. Si la resorvemos habremos pillao ar sesino ma escurridizo de Europa. Atensión, ahí va er terser asertijo: «En España hay jugadoras de balonsesto bajitas y rápidas…». Parece imposible.


—Si hay jugadoras así, ¿para qué cojones queremos bases americanas? —respondió Paco indignado.


El inspector empezó a dar saltos de alegría hasta que el marca-pasos le avisó que el siguiente salto sería directo al otro barrio.


—No lo entienden. «Bases americanas». Sin duda se refiere al lugar del crimen. Luego ya tenemos «curado y condimentado», «lavar y listo» y «bases americanas»…


—Sin duda el crimen de hoy lo cometerá en el Lavadero del Cura de Torrejón de Ardoz —dedujo el Juez Tornudo.


El inspector cambió de cara por completo. La alegría se convirtió en tristeza, el júbilo en silencio y su melena en un peluquín barato que le cayó al suelo mientras se daba cabezazos en la mesa.


—Lo siento, caballeros. Su esfuerso no ha servío para na. Torrejón d’Ardoz no entra en mi jurisdixión y no voy a visadles pa que otro se lleve las medallas y lasxenso.


—Pero… inspector… no puede … diga algo juez…


—Lo siento, agente Norio. Yo no puedo hacer nada. Si aviso a Madrid el juez Garzón se llevará los laureles de haber condenado a ese criminal y con ello se reducirían mis posibilidades de acceder a la política y forrarme en dos días. En este caso, lamentablemente, no podemos hacer nada.


—Cambiemo dasunto —dijo el inspector—, vorvamo ar crimen de Armando. Tenemo el arma del crimen, lesenario, la víctima y dos testigas…


Las dos prostitutas se miraron sorprendidas y después de exclamar un «¡Nosotras?», debieron explicar qué hacían ahí. La más alta tomó la palabra y un Martini con limón.


—Nosotras íbamos en el coche con el juez. Mi amiga conducía y yo le chupaba la…


—¡Bueno!, ¡Basta ya! ¿Qué importan lo que hacían ellas? Ninguna vio nada. Así es que no las presione. Ahora me he de ir. Tengo cosas que hacer. Gatitas, ¡vámonos!


Las prostitutas y el juez Tornudo abandonaron el despacho y desde entonces nadie ha vuelto a saber nada de ellos. Se cree que aparecieron en algunas películas «no toleradas» haciendo de extras, pero todo es mera presunción. Pero sigamos.


—Paco, Rupe, vuelvan a la Plasa Patera y busquen pistas, interroguen sospexosos y por lo que más quieran, dúchense que huelen peor que una fábrica de quesos.


—Por supuesto, inspector. Hemos de encontrar al asesino antes de que el autor del libro se harte y nos deje abandonados en una carpeta vieja y sucia con apuntes de Trigonometría y Educación Física —respondió Rúper adivinándome el pensamiento.


Los periodistas salieron disparados como balas de la Comisaría. En apenas media hora, llegaron a la Plaza Patera. La actividad volvía a ser la de siempre, puesto que los polis ya se habían evaporado. Nada más llegar vieron a Petra Fikante, corriendo y mirando hacia todas las direcciones. Parecía que temía que la siguieran. O eso o es que tenía una sobredosis de aeróbic.


No le dieron importancia a este hecho, porque la camella siempre había sido una persona con personalidad muy personal. No sé si me explico… pero ¿qué más da?


Lo cierto es que Petra parecía asustada, cosa normal en ella. Así es que mejor era pasar de ella y abrirse a la Tasca Gao. Y así lo hicieron. En el popular antro estaban reunidos Chusti y toda su basca.


—¿Kay colegas? —saludó Rúper.


—Sentaos duna puta vez y empecemos la reunión. ¿Ya? pues bien. Bueno, tos sabemos que hoy san cargao a Armando Jaleo. Personalmente no es que lo sienta por él pero hay algo que me preocupa. En pocos días lan espichao Hassam, Paul.Vete, Leandro Gata y, ahora, Armando. Todos han muerto con un machete clavado a la espalda menos el «futbolista» que pilló una sobredosis.


—Pero todo eso lo sabemos. Así que ve al grano directamente— Aunque no lo parezca tengo cosas que hacer —dijo un Diputado con mucha ironía.


—Bien. Alguien parece interesao en que la palmemos tos. No sé si es por la guita de Hassam o si es alguna venganza, pero sea lo que sea hemos de pillar al asesino.


—De acuerdo, Chusti. Pero, ¿cómo vamos a pillarlo?


—Tranqui, Aníbal. Para eso tenemos a Paco y Rúper investigando. Hablando de vosotros… ¿habéis averiguado algo?


Rúper, que estaba más atento, contestó.


—Sabemos que lo han matado con un cuchillo, pero no sabemos nada más. Lo único raro que hemos descubierto es que Petra Fikante parece que huye de alguien.


—¿Petra?, ¿y dónde está ella ahora? —preguntó Chusti.


—No tengo ni zorra. Creí que iba a venir aquí. A lo mejor ella es la asesina…


—Antes confiesa la Pantoja la edad que Petra mata a alguien. Y más con un cuchillo. La conozco hace años y estoy seguro que ella no ha sido. Tal vez ella sepa quién es el asesino y huía por eso —explicó Esther Nocleido Mastoideo.


—Yo creo que no deberíamos obsesionarnos con este asunto. Mejor privamos un rato, contamos las metidas de pata de la Carmen Sevilla y rulamos unos petas —sugirió Blas Femo.


La sugerencia fue aceptada por todos. Por ello pidieron varias birras y se sentaron ante el televisor. Estaban haciendo un avance informativo. Capté la noticia a ratos. Era algo así como «El asesinato de este vidente ha sido cometido en el Lavadero del Cura en Torrejón de Ardoz. La policía desconocía la posibilidad de un nuevo crimen, por lo cual éste ha causado gran sorpresa en la Bolsa de Japón. Se teme una bajada del índice Nikkei por la tarde en zonas del Cantábrico y por la noche en Levante y el Estrecho».


Hay veces que pienso que capté más de una noticia pero después de leerla varias veces todavía me queda esa duda. De lo que si que estoy seguro es que fueron veintitrés veces las que se equivocó Carmen Sevilla. Yo creo que fue su mejor día.


—Gabriel, ¿niño o niña? —repetía Aníbal recordando los mejores momentos de Carmen—, y cuando le ha preguntado en qué curraba y le ha dicho que era «físico» y ella ha entendido «tísico». Es buenísima esta tía. ¡Qué naturalidad!, parecía que se equivocaba sin querer.


—Bueno tíos, me encanta Telecirco pero tengo que irme a solucionar unos problemas con mis viejos. Mañana nos veremos —se despidió Rúper.


El periodista y su compañero volvieron a su piso de siempre. Se ducharon, se peinaron, se cambiaron de ropa y cogieron su vieja Vespa con sidecar. Su prehistórica moto les llevo hasta el edificio del Pronto, la revista (no el limpiador de Johnnson).


—Hola jefe. Siento no haber aparecido mucho por aquí últimamente, pero es que estamos colaborando en una misión secreta con la policía. De todas formas tengo una primicia. He averiguado que Isabel Preysler planea separarse de Miguel Boyer.


—Vaya, Rúper, ¿qué me dice? O sea, no aparece en dos semanas por aquí y cuando lo hace es para contar algo que sabía hasta el juez que los casó el día de su boda. Que la Preysler o la Taylor se casan y se divorcian ya no es noticia. Noticia es que el Papa reciba a gente corriente en audiencia, o que un ministro dimita por su voluntad o que desaparezca el Lobatón sin dejar rastro. ¿¿Me ha entendido?? —gritó el «jefe».


—Si, señor —balbuceó Rúper.


—¿Y su compinche?, ¿dónde está?


—Ahora viene. Está atando la moto.


—¿Atando?, ¿para qué? ¿Quién se va a llevar ese trasto? Si las ruedas son del mismo material que el primer D.N.I. de Sara Montiel, o sea, de piedra.


—Hola jefe. Tengo las fotos del Lago Ness. Esas que me pidió. Ya sabe… las del monstruo.


—Usted Paco, no parece de este mundo. ¿A qué lector nuestro le interesa las fotos del monstruo ese? A ninguno. Le mandé al entierro del aristócrata ese para que fotografiase trajes de luto de la jet. En lugar de eso fotografía al bicho aquel… pero ¿cuándo será un buen periodista? —preguntó el «jefe» exasperado.


—Bueno yo pensé que …


—Pues no piense. ¡Y ahora escuchen, cretinos! Hemos recibido una llamada de un colaborador nuevo, del Reino Unido, que nos ha informado de la posible separación de Carlos y Diana por culpa de una tal Camomila. Irán allí y se enterarán de la veracidad de la noticia. Lo más seguro que sea una patraña de la prensa sensacionalista, pero por si acaso…


—Pero es que estamos colaborando con la poli…


—Lo sé— Ya he hablado con ese tal Víctor Nillo y me ha dicho que no hay problema, que podéís ir tranquilamente a Inglaterra. Por cierto, su voz me sonaba bastante y no consigo acordarme de dónde la he oído antes. Tomad los billetes del avión y buen viaje. Espero un buen reportaje.


—Tranquilo, lo tendrá. Vale, ¡adiós!


—Ya verá que fotos. ¡Va a flipar! ¡Hasta luego!


—Eso espero. Recordad, pasado mañana a las diez y diez de la mañana en el vuelo de IBERIA. ¡Adiós!


Los periodistas volvieron a casa. Los dos tenían en la cabeza una idea. ¿Qué hacer? ¿Debían intentar resolver el caso y quedarse en paro o por el contrario, debían resolver el paro y quedarse sin el caso? Difícil, ¿verdad?


La verdad es que el tiempo no pasa en balde aunque Valdés pasó hace tiempo. Debían prepararse la maleta para el viaje pero había algo en él que no les olía bien. Lo más extraño era que el inspector les autorizase a ir. Aunque claro, con lo poco que habían averiguado tampoco tenía sentido esperar que resolvieran el caso.


De todas formas aún les quedaba un día para hacer sus pesquisas y sus compras. Pero… ¿se podía esperar algo de ese. día? Si era así, ¿se podía esperar que ese algo fuera positivo?, ¿se podía esperar que lo positivo fuera definitivo? y si definitivamente no se podía esperar, ¿me podrían decir qué cojones estoy escribiendo?


Poco a poco nos acercamos al final
y tú sigues sin sospechar de nadie.
¿Estás seguro de que tu adicción a Operación Triunfo
no está machacando tu mente?
¡¡¡Tú mismo!!!

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