El autor

El escritor lisérgico se distingue del resto porque siempre está al acecho, a la caza de la anécdota con la que pueda exprimir su limitada inspiración.

Se le reconoce fácilmente en el autobús porque es el único que va riéndose  a las 7.00 a.m. del lunes y, lo que es peor, con una cara que hace temer que, en cualquier momento, romperá a cantar el “What a Wonderful World” de Louis Amstrong.

También se le puede reconocer en  el metro porque es el único capaz de releerse “La conjura de los necios” seis veces en cuatro años sin acabarla nunca.

En los pubs es el último en salir y, por si fuera poco, por su propio pie (no así los que le acompañan).

Ante esto podemos pensar: “¡qué fuerte lo de este tío!”. Y no es para menos si juzgamos las fotos.

Pero ser escritor lisérgico e impulsor de la literatura basura de consumo es una tarea ardua y muchas veces incomprendida por los que le rodean. Las experiencias más estúpidas o inverosímiles se enlazan a lo largo de la vida del abnegado artista. Esto hace que, con poca o ninguna imaginación, se permita el lujo de escribir varias novelas y relatos absurdos sin despeinarse ni uno solo de sus preciados cabellos.

Esto en sí es motivo de admiración para unos y de incertidumbre para otros (los cuales han puesto todas sus esperanzas en encontrar vida inteligente en Marte, al ver que en
la Tierra hay poco que hacer).

Esta página no es sino un homenaje a todos los artistas incomprendidos, a todos aquellos que fueron tomados por locos al anticiparse a su tiempo (como yo cuando llegué al trabajo dos horas antes), a los que fueron quemados en las hogueras, a los pobres desgraciados que pillaron un taxi durante las fallas, a los que se aficionaron a la lectura con esta página, a los que no siguieron Gran Hermano, a ti, a mí, a tu madre, a tu padre, a los que no vimos Titanic, a los que la vieron y no les gustó, a los que…