The Smiths

Hoy en nuestras «Recomendaciones de cuñao» la banda más famosa de Manchester junto a Oasis, New Order, James y The Stone Roses: The Smiths.

La banda estaba compuesta originalmente por 4 miembros: Morrissey -voz-, Johnny Marr -guitarra-, Andy Rourke -bajo- y Mike Joyce -batería; aunque los contínuos problemas del bajista con las drogas obligaron a contar con nuevos miembros para algunas grabaciones. Realmente, las cabezas visibles del grupo a la hora de componer y producir eran Morrissey (letras) y Johnny Marr (música).

Pero no quiero tratar ahora la trayectoria musical del grupo, o la larga carrera de su cantante, Morrissey, sino centrarme en su tercer album de estudio llamado «The Queen is dead», primer vinilo que compré en mi vida.

Este disco fue considerado como uno de los 500 mejores albums de todos los tiempos. Por ello, no es de extrañar que contenga varios temas considerados como imprescindibles para cualquier recopilatorio del grupo.

«Bigmouth strikes again», el primer y único single, tuvo muy buena acogida en Inglaterra y buena parte de Europa. En Valencia pudimos disfrutarla entre los años 86 y 87 en la mayoría de las discotecas.

Otro tema importante es «There is a light that never goes out» (Hay una luz que nunca se apaga). Recordemos que en 1986 el precio de la luz no era el actual. Este título, a día de hoy, causaría más de un infarto.

Por cierto, esta canción ha sido versioneada por grandes bandas y solistas, pero también por Duncan Dhu (¡qué se le va a hacer!).

Es el primer disco en el que Morrissey deja de abusar del falsete, muy usado en sus dos primeros discos («The Smiths» y «Meat is murder»), para alcanzar registros más dulces y naturales, como en «I Know it’s over» (Sé que se acabó), una canción triste, bella y llena de emoción, de las de no dejar un ojo seco.

Puede que sea por los recuerdos de la juventud perdida, el tranquilo ritual desde que sacas el vinilo de su funda hasta que la aguja lo acaricia, o ese sonido que Spotify nunca conseguirá, pero éste y otros muchos discos me siguen pareciendo fantásticos.

Anímate a conocer «The Queen is dead» y «The Smitghs», una banda muy influyente en grupos de los años 90 en adelante, como Placebo, y no te arrepentirás.

Nunca te acostarçás sin saber una cosa más…

Johnny Marr, guitarra de The Smiths, realmente se llama Johnny Martin Maher, pero tomó como nombre artístico «Johnny Marr» para no ser confundido con el baterista del grupo punk «Buzzcocks», llamado John Maher.

«The Queen is dead» se iba a llamar «Margaret on the guillotine, pero finalmente se descartó. No obstante, Morrissey acabó usando el título «Margaret on the guillotine» para una canción de su disco «Viva Hate», primero como solista. Hoy día, sería imposible que alguien cantase una canción deseando lamuerte de su Primer Ministra sin ser detenido y condenado.

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Vida y milagros de Doraemon

Un amigo me ha preguntado sobre quién es Doraemon y he decidido explicárselo.

Antes de nada quiero decir que no puedo revelar el nombre de mi amigo, al no contar con su permiso, por lo que lo mantendré en el anonimato. Pero vamos al tema (¡va por ti, Alejandro M!).

Nobita Nobi es un niño japonés, burro como él solo, que sin ir al Pasapalabra ha ganado miles de roscos en el colegio. No da una el pobre. Hay que decir que no se entiende que sacando todo ceros no repita curso (debe ser una crítica velada al sistema educativo japonés).

Con el paso de los años el niño sigue en su línea, llegando a presidir un conocido equipo de fútbol que, años después, tiene que abandonar por patas. No obstante, consigue sobrevivir haciendo películas (en la última película de Doraemon es doblado por Mario Vaquerizo, lo cual es una gran suerte teniendo en cuenta que la otra opción era el del canto del loco, Dani Martín, que acababa de destrozar “School of Rock”).

Un día, después de ver en el canal de Historia “Terminator XIV” y “Regreso al futuro”, decide enviar a alguien al pasado para espabilar a su “yo” (más bien, su “él”) del pasado y, así, cambiar el futuro. Como no tiene muchos recursos no puede permitirse enviar a un Terminator T1000 pero, con mucho esfuerzo, engaña a Cofidis y consigue pagar el viaje temporal para su gato «Doraemon».

Doraemon, al igual que el gato de Roberto Carlos, está triste y azul y tiene más cabeza que Naranjito, y, además tiene un don: un bolsillo del cual puede sacar millones de inventos con los que intentará ayudar a Nobita. Uno de estos inventos es el gorrocoptero que se ve en la imagen, gracias al cual Nobita podrá evitar los atascos y el metro de Tokio.

Pese a la ayuda de Doraemon Nobita, más testarudo que una mula e infinitamente menos inteligente, sale de la arena para caer al barro una vez tras otra, decepcionando a todos.

Y con esta guía, ya puedes seguir a Doraemon y Nobita en sus locas aventuras.

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Alexa y yo

Llegó como un regalo de Reyes y ahora es mi amiga, como veréis en estos videos. Yo estoy contento con el cacharrito, pero ¿qué opina la gente de Alexa?

Hay quien piensa que es muy indiscreta.

Lo que está claro es que es muy servicial.

Seguiremos informando.

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Doblajes

El pasado 28 de diciembre Dani Martín bromeaba sobre la posibilidad de doblar la segunda parte de “School of Rock”. Su trabajo en la primera obtuvo el reconocimiento de… ¿a quién quiero engañar? Fue una 💩 como un piano.


Pero no creais que fue el peor doblaje que he sufrido. Mi lista la encabeza “El resplandor”, que provocaría que Van Gogh se arrancase la otra oreja y se la comiese con pipas de girasol (¿cómo no?). Si te cae bien la buena de Verónica Forque te aconsejo que no veas “El resplandor” doblada.

Otro doblaje tremendo fue el primero que se incluyó en la película “El hombre del año”, protagonizada por Robin Williams y que tuvo que ser redoblada por las quejas de los espectadores. Os dejo un vídeo donde se compara el doblaje inicial y el final.

Después de padecer estos dos doblajes podemos llegar a pensar que lo de Dani Martín no fue para tanto (¡tampoco nos relajemos tanto, eh!). Mucho ha cambiado la vida del madrileño desde entonces. Si antes no le dejaban entrar a los garitos en zapatillas ahora lo recibirán hasta en chanclas. Cosas de la crisis y la pandemia.

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Síndrome

Me duele reconocerlo pero he padecido buena parte de mi vida el síndrome «Camela». Cuando veía en una película a alguien diciendo «¡Escuchame!» no podía evitar pensar «Compréndelo, es imposible nuestro amor», aunque fuera una de Mad Max. Es duro.

También sufrí el síndrome «Pimpinela» hace años. Cada vez que llamaba a una puerta y me preguntaban «¿Quién es?», respondía «Soy yo», esperando escuchar «¿Qué vienes a buscar?».

Si has leído esto canturreando es que estás tan jod… como yo lo estaba, aunque yo creo que ya lo he superado y por fin he encontrado el camino (que ha de guiar mis pasos, y esta noche me espera…).…¡Mierda, acabo de recaer!

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Confesiones

La persiana medio bajada, las luces apagadas, el sol poniéndose. Mariano mira a María, su alma gemela, que acaricia la mano en la que tiene puesta la vía. Sabe que la intención de ella es noble, pero el pinchazo de la aguja le está poniendo más nervioso cada segundo. Aun así, Mariano, mantiene la calma, levanta un poco el cabezal de la cama, y finalmente carraspea y se dirige a María con voz queda.

—Marieta, ¿recuerdas cuando tenía doce años e intenté impresionarte en el tobogán?

—Por supuesto. Parece que fue ayer.

—Sí, aún me duelen las dos costillas que me rompí. ¿Y recuerdas cuando estaba arreglando el tejado, resbalé, caí y me fracturé el fémur?

—Por supuesto, yo estaba a tu lado.

—¿Y cuando posando para una foto me caí por un barranco y  me escayolaron medio cuerpo?

—Claro, aún me parece verte caer dando vueltas como una rueda.

—¿Y cuándo fuimos el mes pasado al súper a comprar un palet de papel higiénico para el confinamiento?

—Sí, ¡cómo olvidarlo! Ahí te contagiaste el corona virus por el que estamos en este hospital —lamentó María.

—Como ves tú siempre has estado a mi lado. Y yo me preguntaba…

—Dime.

—¿Cuándo me dejarás en paz? Sólo me has traído mala suerte.

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Decadencia

Ducha y lavado de cabeza. Toalla y secado. Revisión ante el espejo y sorpresa. Leída etiqueta champú y cabreo. Elixir con fijación del color. ¿Color? Y una mierda. El único color que ha quedado fijo es el blanco, el negro va perdiendo terreno. ¡Malditos champús racistas!

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Aventura en la ciudad

Silvestre Pastor sólo tenía una razón para asistir a esa reunión de antiguos alumnos  del colegio Maestro Serrano: Blanca Banderas, su amor platónico desde los cinco años.

Silvestre se paseó entre sus excompañeros, saludando tímidamente a unos pocos, aunque no fue capaz de reconocerlos. Justo cuando empezaba a pensar que todo había sido en balde se fijo en el brazo de una compañera. Tenía un antojo con forma de corazón, como Blanca. Era ella, con su larga melena castaña, su blanca sonrisa, silueta estilizada forjada con una sana alimentación, horas de gimnasio y algún retoquillo, sus senos perfectos, ni grandes ni pequeños, y sus preciosos ojos marrones.

Silvestre consultó su pulsera de actividad, ochenta pulsaciones, metió barriga y se acercó silenciosa y lentamente hacia ella.

—Un euro por tus pensamientos.

—He tenido mejores ofertas —contestó antes de vacilar unos segundos—. ¿No serás…?

—El mismo —dijo él plantándole dos delicados besos en las mejillas.

—No te lo creerás, pero ayer vi una noticia de unos niños que se habían escapado del colegio y recordé nuestra aventura.

—¿Aventura? ¿Qué aventura?

—Haz memoria. Hace treinta años, estábamos en primero de EGB, faltaban unos días para Navidad y a unas manzanas del colegio habían plantado el Circo Mundial. Yo estaba loca por ir, pero mis padres no me querían llevar. ¿Te suena?

—Vagamente —contestó Silvestre intentando ocultar la emoción que le producía saber que ella recordaba todo lo que él tenía grabado a fuego.

—A la hora del recreo yo fingí que me había torcido el tobillo y tú me acompañaste a la enfermería, pero nunca fuimos allí. En cuanto la profe se dio la vuelta cruzamos el comedor, evitamos a los cocineros, nos escondimos detrás de un seto, esperamos a que abrieran la puerta para que entrara la furgoneta del panadero y salimos reptando a la calle —relató Blanca con una pasión que ya quisiera para sí el mismísimo Iker Jiménez.

—Algo recuerdo —reconoció  Silvestre consultando de nuevo la pulsera con preocupación: ciento diez pulsaciones y subiendo.

—Tú me tomaste de la mano para que no me perdiera, aunque sabías que yo vivía a escasos metros del circo, en el centro de Valencia, y que conocía bien el camino. Te dejé dirigir y fingí no darme cuenta de que no sabías dónde estábamos. ¿Recuerdas?

—¿Cómo sabes que me había perdido?

—Nos paramos a preguntar en un horno, después en un quiosco y, al final, en la tienda “rara”. Por cierto, era un sexshop.

—Ya decía yo…

—Llegamos al circo pero no estaba abierto. Nos colamos por un hueco y vimos el ensayo escondidos debajo de una grada, abrazados porque hacía mucho frío y me dijiste algo… —relató ella haciendo una pausa corta pero eterna para Silvestre.

—Algún día —recordó Silvestre entre pitidos de alarma de su pulsera— me casaré contigo.

—¿Y bien? ¿No me vas a hacer la pregunta? —preguntó Blanca súbitamente nerviosa.

Silvestre hincó la rodilla, alzó la mirada y se quedó afónico por la emoción.

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Una cosa u otra

Era martes, segunda semana de mes: día de pago de recibos. Los clientes se agolpaban dentro del banco cual camarote de los Hermanos Marx. El murmullo, tal vez griterío, iba  in crescendo hasta que un trueno rompió el aire.

—¡Se sienten tós, cojones! A mi derecha los idiotas, a mi izquierda los gilipollas —ordenó un atracador pistola en mano.

—Yo no soy ningún idiota —respondió airadamente un individuo malcarado.

—Pues ponte a mi izquierda, gilipollas —aclaró el atracador con lógica aplastante.

—Yo no soy ni una cosa ni otra —intervino una mujer mientras guardaba un fajo de billetes en el bolsillo.

—Ahí me has pillao. Pues ná, vete a casa —concluyó el atracador superado por el intelecto de la dama.

Y es que en esta vida, si te quedas a ver un atraco puede ser por dos cosas: eres idiota o gilipollas.

 

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Dos atracos

Acababan de atracar la sucursal del banco Bilbao  y los clientes aún se estaban incorporando aunque algunos seguían tumbados boca abajo, por si acaso.

Un joven alto y delgado se dirigió con paso decidido a la caja.

—Buenos días, venía a abrir una cuenta. Sé que tienen una promoción y regalan una Thermomix por ingresos superiores a tres mil euros

La cajera le miraba boquiabierta.

—No tengo todo el día, señorita —explicó el joven.

—Me recuerda a alguien pero no sé a quién —aseguró la cajera en voz baja.

El joven advirtió que podía haber cometido un error pero siguió actuando con naturalidad.

—Quería abrir la cuenta con el dinero de esta bolsa. No recuerdo cuanto había. La Thermomix la quiero negra, si puede ser —dijo mientras se quitaba el pasamontañas y se lo guardaba en un bolsillo—. ¿No habrá ningún problema, verdad?

—Claro que no, la señorita Pili le abrirá la cuenta enseguida. Tome su Thermomix —dijo el director de la oficina apareciendo de la nada.

El director había hecho números: cien mil euros robados que pagaría el seguro más una nueva cuenta con cien mil euros. Un día maravilloso y otro cliente satisfecho.

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